Le aprecio, así que me ha resultado un poco triste escuchar a un gran periodista, el socialista Carlos Carnicero (Cadena SER, viernes noche), una soflama incendiaria contra la Iglesia -no por nada, pasaba por allí y siempre queda bien arrearle una toba al cura- y contra El Mundo y la COPE, a costa de la teoría de la conspiración. Carnicero, que había entrado en éxtasis progresista, comparó a El Mundo con los tabloides sensacionalistas británicos, y apuntó una estupenda doctrina acerca de la necesidad de establecer "un cordón sanitario" alrededor de la cadena de emisoras y del diario. Prisionero de la tontuna progre que acababa de expeler, Carnicero estableció un distingo entre cordón sanitario y censura porque, según él, ya en plena producción de ‘grosen chorradem', es necesario que una democracia se oiga todas las voces, incluida las de los imbéciles, supongo. De otra manera, no podríamos hablar de pluralismo.

Personalmente, prefiero ser censurado a que se me recluya tras un cordón sanitario. Contra la censura puedo luchar, pero cuando te recluyen por razones sanitarias o "por tu propia seguridad", nos enfrentamos a un tipo de democracia ante el que sólo cabe rezar.

Lo de Carlos se corresponde con el espíritu de PRISA, con la idiosincrasia que crearon el fallecido Jesús Polanco y el sobreviviente Juan Luis Cebrián. Sus enemigos, los progres capitalistas (capitaneados por el PP centro-reformista y por Pedro J. Ramírez) les calificaron de "serbios", y la definición es muy buena, porque, ¿a qué se dedicaban los serbios? Los serbios mantenían una guerra de tierra quemada: mataban a los hombres y violaban a las mujeres, más que nada para forjar una nueva raza. En España tal cosa no puede suceder. Ya he dicho que desde que ZP subió al Gobierno vivimos en estado de guerra civil fría, que nunca será caliente porque la riqueza nos ha aburguesado, y ahora ya somos capaces de luchar contra la obesidad y la alopecia (bueno, y contra el cambio climático). Nos odiamos con la misma inquina que en el 36 y, como entonces somos incapaces de admitir el menor atisbo de verdad y el menor adarme de bondad en el adversario. Y eso que ambos bandos -progres de izquierda y progres de derechas- harían agua en cinco minutos si intentan exponer sus diferencias. No existen: simplemente, unos cayeron en zona nacional y los otros en zona republicana, y lo único que distingue a los progres de derechas y a los de progres de izquierda es que ambos odian a todo aquel que "se sienta en posesión de la verdad". Es decir, a los católicos.

Sólo que unos y otros son demasiado cómodos para echarse al monte: vivimos a lo serbio, pero sin arriesgar el pellejo en el campo de batalla.

A cuenta de la sentencia del 11-M han vuelto, no las dos españas, sino la España estúpida (cuyos componentes, repito, pueden ser progres de la antigua izquierda o progres de la antigua derecha, indistintamente), que consiste en lo de Carnicero: ser demócrata consiste en ser pluralista, y para que exista pluralismo se necesita, al menos, un binomio: los justos, listos y tolerantes, que somos nosotros, y los imbéciles, que son los contrarios… a los que hay que recluir tras un cordón sanitario. O sea, que el contrario no deja de ser una coartada para que yo puede presumir de demócrata… eso sí, aséptica, por aquello del cordón sanitario.

Por cierto, sigue provocándome estupor y regocijo, mitad por mitad, que Carnicero, en el mismo discurso radiado y radioactivo, se ensañara como Miguel Barroso, tan querido a los fautores de Hispanidad. En este mundo mediático, marcado por palabras mentirosas y silencios interesados, sólo este confidencial atribuía la actual director general de la Casa de América, el protagonismo que merece en la historia del Zapatismo. Lo digo por Carnicero que bramaba contra la política de Barroso hacia El Mundo. Supongo que la mayoría de los oyentes inteligentes de la cadena SER -tres o cuatro- se preguntarían cuál era esa política. Se la comunico con mucho gusto, que bien saben cuál es neutro lema: Divertir instruyendo. Lo que el amigo Carlos quería decir era se resume en las palabras que ZP, a instancias de su mejor asesor, don Miguel Barroso, esposa de doña Carme Chacón, le había soplado: "A Pedro J. hay que matarlo a besos". Y claro, eso es poco serbio: los serbios de Janli no matan a besos sino introduciendo la bayoneta en las tripas del adversario -siempre dentro del cordón sanitario, of course-. El propio Carnicero -buen nombre para una tertuliano de la SER- indicaba que esa política había fracasado,  proponía lo del cordón (puedo asegurarle que habló de cordón sanitario, no del profiláctico condón). Barroso, por el contrario, es poco serbio: prefiere que el enemigo se cuezca en su propia salsa. Quizás por ello, don Miguel es el valedor de La Sexta mientras que el espíritu serbio de PRISA se deja ver en ‘Rasputín'. Rubalcaba, para quien el mejor enemigo es el enemigo muerto.

Son las dos españas progres, la de los serbios y la del sindicato del crimen, las dos caras de la misma moneda: la España del cordón sanitario, la España idiota.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com