Madrid, la mayor urbe de España, tenía que tener un santo campesino, naturalmente. Y un santo encima bien documentado (los santos documentados ponen muy nerviosos a los progres), a pesar de que murió hace 850 años.

Y es que la capital de España es villa y corte y, a pesar de su crecimiento desproporcionado y de la hostilidad de una ciudad grande -las macrourbes constituyen uno de los grandes desastres del siglo XX-, Madrid resulta una ciudad acogedora.

San Isidro representa, además, el gran olvidado de la modernidad: El campo. Y no debería serlo porque mucho me temo que la crisis comenzó siendo financiera y acabará siendo crisis alimentaria. A ello nos conduce, por un lado, la agricultura subvencionada de Europa y Estados Unidos -que es lo que ha provocado los flujos migratorios del Tercer Mundo hacia Occidente- y la especulación en los mercados financieros de materias primas. Por otro lado, el ecopanteísmo imperante, que considera que para acabar con el hambre en el mundo lo mejor es acabar con el hombre: menos agro y menos nacimientos.

Con razón asegura Rubén Manso que de crisis económica poco: lo peligroso es la crisis moral. Ésta sí que nos conduce a la miseria y al hastío.

Habrá que volver al campo, al campo y a San Isidro.

Eulogio López

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