La idea se abre camino: es la única forma de liquidar la era de la especulación. O eso, o cualquier otra referencia, porque el manguerazo no nos saca de una crisis que se muestra indomable. La alternativa que barajan la Reserva Federal y el BCE es una moneda mundial coordinada por el G-20. Por el contrario, los monetarios no contemplan el cierre de bancos en crisis

Los representantes de los bancos centrales, los monetarios, se reúnen en una elitista reunión en uno de los más despoblados estados norteamericanos: Wyoming. Para ser exactos, en Jackson Hole, pequeña localidad convertida, por unos días, en capital del mundo financiero. Allí se reúnen los gobernadores de las autoridades monetarias más importantes del Globo, ese extraño colectivo que decide cuánto dinero debe circular por el mundo y que funciona ojo al dato- al margen del Estado de Derecho. Los gobernadores son nombrados por los presidentes sí, pero, salvo en Argentina, donde los Kirchner enviaron a la policía al despacho del susodicho (Argentina es diferente), en el resto del mundo se entiende que hasta finalizar su mandato, fechado por ley, Ben Bernanke, en la Reserva Federal o Jean-Claude Trichet, en el Banco Central Europeo (BCE), hacen lo que les viene en gana. A esa figura le llaman independencia de los bancos centrales y a mí me parece muy negativa, pero soy consciente estoy en minoría.

De todas formas, por lo que me cuenta uno de los escasos españoles con acceso a lo que se cuece en Wyoming, entre los gobernadores de bancos centrales empieza a cundir la idea, a la que aludiera recientemente el presidente Nicolás Sarkozy, sobre la necesidad de volver al patrón oro, a los primeros años setenta, cuando Estados Unidos dejó flotar libremente el dólar y con ello multiplicó el poder de los bancos centrales. Una media tremenda, por cuando la masa monetaria, el dinero que circula en el mundo, se multiplicó de forma exponencial: crecía en progresión geométrica mientras la economía lo hacía en progresión aritmética o decrecía.

De ahí surgió la especulación financiera más rabiosa que haya conocido la historia, con el círculo vicioso que ahora hemos visto tras la crisis bancaria de 2007. La especulación provocada por un exceso de liquidez llevaba a la crisis a la economía real y para salir de esa crisis se aumentaba la liquidez.

Es decir, que tanto Bernanke como Trichet, tanto americanos como europeos, han seguido la senda japonesa: ante una crisis provocada por el océano de liquidez en el que se ha convertido la economía mundial, los bancos centrales han recurrido al manguerazo: fomentar la creación de dinero con tipos bajos. Sin embargo, la crisis se muestra indomable. Es lógico, primero porque se trata de la crisis más grave de la historia del capitalismo; segundo, porque no se puede pagar un incendio con un manguerazo de gasolina.

El divorcio entre economía real y economía financiera ha convertido a la moneda en sus más diversas formas- en el objetivo de la economía en lugar de ser su instrumento de cambio. Por eso, en Wyoming los monetarios se están planteando si no hay que cambiar de estrategia, hacer justo lo contrario: volver al patrón oro, un límite lógico para la masa monetaria.            

Como tras 25 años de locura especulativa, donde se ha perdido el sentido del riesgo, se ha olvidado que las deudas hay que pagarlas y donde el apalancamiento empresarial ha destrozado buena parte del tejido industrial de Occidente. En consecuencia, hemos visto a países como China o India, situarse a la cabeza de la economía mundial sin pasar antes por la democracia política y haciendo dumping social, es decir, compitiendo de forma artera con sueldo bajos y devaluando la moneda.

Por eso, los Bernanke, Trichet y compañía intentan otra referencia que estabilice la economía financiera, por ejemplo, un única moneda mundial coordinada por el G-20, el nuevo organismo central económico que trata de sustituir al FMI como coordinador del comercio mundial.

Supondría un giro ideológico de alcance, pero no completo. Serviría, no sólo para estabilizar la masa monetaria mundial, sino para poner coto a los principales especuladores que existen sobre el Globo, que no son los privados, sino los públicos. En definitiva, para poner coto a los gobiernos que emiten deuda alegremente hasta que llevan a sus países a la ruina. En definitiva, reducir el endeudamiento soberano, la irresponsabilidad política, evitar más casos como el de Grecia.

Según los mismos mentideros, los monetarios de Wyoming no están dispuestos a meterle mano a la especulación privada, en otras palabras, a dejar caer a los bancos en crisis en lugar de salvarlos con dinero público. Es un factor clave para terminar con la era especulativa que comenzara con el fin del patrón-oro, pero hay que recordar que, en la mayoría de los casos, los gobernadores de bancos centrales fueron banqueros privados antes de acceder al cargo, y todavía llevan el espíritu de cuerpo, más bien plutocrático, en su disco duro. No, los bancos seguirán sin poder quebrar para mal de la generalidad (de los ciudadanos, no del gobierno catalán o valenciano).

En cualquier caso, la vuelta al patrón-oro, o a cualquier otra referencia anti-especulativa y anti-apalancamiento, debe ser ahora, bajo el azote de la crisis, o no será nunca.

Para unas vacaciones en Wyoming no está nada mal lo que reflexionan los monetarios.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com