Sr. Director:
Como siempre, estoy escribiendo este artículo sentado en mi mesa de trabajo.

Como siempre, lo hago a mano, con pluma y, como siempre, siento el placer de observar como se desliza por el papel y, poco a poco, va llenando el folio. Llenar un folio de palabras no es fácil, pero produce una gran satisfacción el ver como se avanza. Satisfacción que es mayor cuanto más deprisa vas, cuando más rápido completas los renglones.

Porque llenar un folio de palabras en poco tiempo supone que la ideas te vienen tan fluidas que apenas tienes que pensar. En cambio, cuando te atascas, cuando por lo que sea, desaparece el argumento de tu mente, o se corta y nos sabes como continuar, llenar un folio supone un gran esfuerzo. Tachas, rectificas, intentando volver a coger el hilo de lo que estas contando para que, al final, el escrito sea mas o menos coherente y se entienda lo que querías decir, que responda a la idea que tenías con los argumentos que pensabas. Creo que fue Picasso quien dijo aquello de que la inspiración existe, pero ha de encontrarte trabajando. Y es verdad. Porque la inspiración, las ideas que tienes en tu mente, no sirven de nada si no te encuentras sobre el papel. Y es que la misma idea, el mismo argumento, lo desarrollas de un modo distinto según el estado de ánimo que tienes cuando la escribes.

Comprendo perfectamente a los pintores cuando te dicen que, para pintar un cuadro, antes han tenido que emborronar varios lienzos. Yo emborrono el papel. Escribir no es tan difícil como pintar, pero para llenar un folio de ordenador con ideas y argumentos que valgan la pena, has tenido que escribir a mano muchos más. Por lo menos yo.

Hoy quería hablarles de los demasiados casos de corrupción que se descubren y nos acomplejan, pero mientras estoy escribiendo, a mano, estas líneas en mi mesa habitual, en otra situada a unos dos metros, y sobre la que está instalado mi ordenar, un amigo, técnico en estos aparatos, lo está manipulando y, me dice, instalándome un nuevo antivirus. Me está cambiando el que tenía y poniendo otro nuevo. Resulta que, desde hace unos días, mi ordenador no funcionaba bien. Iba muy lento y no obedecía exactamente mis órdenes, o hacía cosas que yo no le mandaba. Mi amigo el técnico, me cuenta que, probablemente, a través de Internet, me ha entrado un virus. Por eso, me dice, me va a quitar el antivirus que tenía, y que no ha servido para impedir que entrar el virus que tengo, y me va a poner otro antivirus mas potente para que localice y elimine al virus que tengo e impida que, en adelante, entren otros. La verdad es que yo me pierdo con estas cosas. Para mi, el ordenador, sigue siendo poco mas que una máquina de escribir, con la impagable ventaja, eso sí, de que puedes añadir o quitar párrafos sin tener que repetirlo todo. Pero no entiendo bien esto de los virus. No comprendo como es posible que haya gente que, según dicen, se dedican a crearlos y propagarlos, y, mucho menos, no entiendo que beneficios pueden sacar de ello. Salvo que, como comentan los malpensados, los virus los creen los mismos que fabrican antivirus, para fomentar su negocio. Porque la otra explicación, la de que los creen para demostrar lo mucho que saben de informática y fastidiar a los demás, tampoco me acaba de convencer. Pero bien pensado, creo que todo puede ser porque, estarán de acuerdo, la mente humana es muy retorcida. Hay gente para todo.

Me acerco a la mesa en la que esta mi amigo para ver como avanza con su trabajo, y me dice que ya ha encontrado lo que tengo, y resulta que no es un virus, que son gusanos. Algo no tan grave como los virus, pero igual de fastidioso. Sigo sin entender nada. En cualquier caso, me convence de que el antivirus que me está instalando fumigará también a los gusanos. Le miro con escepticismo porque, sea lo que sea, ya lleva dos horas cogido con el aparato y yo ya me estoy poniendo nervioso. Y es que tener dentro de tu propio ordenador algo que no controlas, sean virus sean gusanos, que no entiendes muy bien como han llegado ni que es lo que quieren, y que cuesta tanto de eliminar, es para ponerse nervioso.

Relacionar todo esto con la corrupción es una asociación de ideas muy fácil. E incluso demagógica. Porque viendo lo que le esta costando a mi amigo el eliminar los virus y los gusanos de mi ordenador, uno piensa inmediatamente en el esfuerzo que tendremos que hacer para que desaparezcan los virus y gusanos que pululan por la vida política, social y económica españolas. Los tenemos dentro, no sabemos quienes son, pero sabemos que están ahí, y que en cualquier momento y lugar se van a manifestar ensombreciendo nuestra convivencia, frenando nuestra actividad y haciendo sospechosas nuestras relaciones.  La única ventaja que tenemos respecto a los virus y gusanos del ordenador, es que estos, los que circulan por la calle, si sabemos quién lo ha creado y que es lo que pretenden. Los hemos creado nosotros, la sociedad entera, con la relajación de nuestros valores, y la relativización de nuestras creencias. El todo vale, el todo es lo mismo, el todos somos iguales, o el es lo que la gente quiere, está teniendo unas consecuencias demoledoras. Es un substrato idóneo para la proliferación de individuos que se distinguen por su egoísmo patológico, y que únicamente pretende su propio beneficio, sin importarles lo que les pueda ocurrir a los demás. Sin importarles que es mucho mayor el daño que hacen a todos que el beneficio que ellos obtienen.

Del mismo modo que mi amigo me ha cambiado el antivirus del ordenador que ya no funcionaba, por otro que me proteja, la sociedad civil, es decir, las organizaciones e instituciones de todo tipo, religiosas, culturales, políticas, económicas, etc. deben dejar de mirarse a si mismas, y retomar su principal tarea, que no es otra que concienciar a la sociedad de que no vale conformarse con lo que es, sino que hemos de buscar lo que verdaderamente debe ser. Los hemos dejado crecer demasiado, y nuestra indolencia les ha permitido tener poder, pero localizar y eliminar los virus y gusanos que tenemos incrustados es, también, absolutamente necesario para salir de la crisis.

Joaquín Rico Casamitjana