¿Por qué se pasó de la patera al cayuco? En primer lugar porque pueden trasportar más clientes, en segundo lugar porque disponen de GPS, en tercer lugar porque pueden recorrer más de mil millas náuticas. Razones técnicas, si se quiere, pero que ni de lejos justifican la entrada masiva de inmigrantes que, además, en su inmensa mayoría no vienen por mar ni por avión sino en furgoneta y entran por las fronteras francesas de Irún o Figueras, sin que ninguna fuerza policial les controle.

No, la mayor delincuencia no viene de Iberoamérica en avión, ni de Senegal en cayuco sino de Rumanía y de los antiguos países ex comunistas y llega en automóvil.

Tanto la inmigración ilegal como la emigración delictiva se aprovechan de unas fuerzas de seguridad desmotivadas y de un sistema jurídico donde cada cual hace lo que le viene en gana. Por ejemplo, considerando que el sistema español no da más de cuarenta días para gestionar una extradición y considerando que llegan por centenares lo más habitual es que ocurra lo que los medios informativos denuncian una y otra vez: que el día cuadragésimo primero se deje libre a los ilegales en las grandes ciudades.

Ahora bien, en Hispanidad siempre nos hemos mostrado favorables a las fronteras abiertas, pero eso no significa un coladero para delincuentes. De hecho, insisto, la delincuencia organizada que opera en España no procede ni del mundo hispano ni del África negra sino de los antiguos países ex comunistas. El marxismo desmoralizó a toda Europa Central y del Este. Porque lo pero del leninismo no es la ausencia de libertades públicas sino la ausencia de moral privada. Por eso el orden leninista se convirtió en el paraíso del aborto y de los atentados contra la propiedad privada. Hoy sólo vivimos el colofón lógico de esa sociedad: desprecio por la persona, por su integridad y por sus bienes.

Me lo cuenta una filóloga inglesa de origen rumano, el lema en aquel país es Vente a robar a España. Y no es un lema de las clases bajas, sino de los universitarios nacidos tras la muerte de Ceaucescu, de los herederos del régimen. El objetivo de estas edificantes criaturas consiste en robar en España por un valor de 36.000 euros, lo que, al parecer, es suficiente para disponer de dos residencias, una en Bucarest y otra en la costa del Mar Negro. Y si se necesita más dinero siempre se puede volver a robar un par de automóviles. Los rumanos, al igual que las mafias rusas y los balcánicos, son verdaderos especialistas en los agujeros del sistema judicial y policial español.

Esa misma desmoralización les lleva a una violencia extrema en sus delitos. Si no creen en nada, ¿por qué habrían de creer en la dignidad del ser humano? Por cierto, el hecho de que Cataluña y Valencia sean los lugares donde se han disparado los robos en casas particulares se debe a su cercanía a la frontera, coladero por el que entran más delincuentes de la Europa del Este.

Respecto a la inmigración del sur la marroquí conviene no confundirse, allí no estamos hablando de mafias de delincuentes sino de una invasión que pretende imponer sus sistema de vida en el viejo Al Andalus.

Pero hay un tercer tipo de delincuencia que no está ligada para nada a ningún tipo de inmigración: es autóctona. Es la representada por los cincuenta encapuchados que tomaron el barcelonés barrio de Gracia y simplemente se dedicaron a destrozar todo lo que caía en sus manos. En este caso, más que atentar contra la propiedad privada, se trataba de atentar contra cualquier tipo de propiedad pública o privada: se trataba de quemar contenedores, destrozar cabinas, semáforos, cruzar automóviles, etc. Una violencia sin sentido alguno, realizada por el propio gusto de destruir. Podríamos llamarla violencia nihilista, pero el hecho de definirla no ayudaría demasiado. Al revés que los rumanos, estos gamberros, supuestamente patrios, no obtienen botín alguno. Simplemente quieren fastidiar, rebelarse contra todo y contra todos, no aceptar autoridad ni disciplina alguna. Después de todo son las crías del progresismo, es decir de la negación de cualquier principio moral. En efecto, si no hay diferencia entre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, y lo feo y lo bello, ¿en nombre de qué podemos reprimir a los alegres chicos del barrio de Gracia? Probablemente esta violencia sea, incluso, más negativa que la de los rumanos. Porque los rumanos crean víctimas directas y antes o después esas víctimas presionarán a la autoridad y llegará la represión. Pero lo de los gamberros de Gracia perjudica a todos y a ninguno y si uno se encierra en su casa puede sobrevivir a la impunidad.

Además crea ese estado de cosas que ya hemos comentado, caracterizado por la inhibición de todos ante cualquier tragedia ajena, un estado de cosas en el que nadie se atreve a levantar la voz, la cobardía generalizada. Ejemplo : el horrible caso ya denunciado en Hispanidad sobre la mujer que se resistió a un violador en plena calle de Barcelona, durante veinte minutos, sin recibir la mínima ayuda de los vecinos que observaban el espectáculo desde los balcones. Es el resultado concreto del relativismo moral, decretado por la progresía hace ahora treinta años.

Eulogio López