La serie 'Hijos de la Anarquía' es la historia de una banda de moteros que cuando tiene un problema es solucionado a golpes. La serie está repleta de traiciones, crímenes, venganzas y sexo. Hombres rudos llenos de tatuajes.

Es cierto que la serie no ha conseguido entrar en la lista de las mejores de la historia, y que los premios a lo largo de sus seis temporadas anteriores es más bien discreta: un globo de oro para Katey Segal y cinco más, pero menores. De la primera temporada en la que la banda era una especie de Equipo A de bravucones con problemas existenciales a la actual hay mucha diferencia.

Las batallas entre los distintos tipos de bandas parecen profundamente exageradas, pero nada más lejos de la realidad. Según el FBI, en EEUU hay más de 33.000 bandas delictivas y cuentan con cerca de 1,4 millones de miembros. En algunas jurisdicciones son responsables del 48% de los delitos y en algunas la cifra llega al 90%. Son una auténtica amenaza para la seguridad nacional.

La serie 'Hijos de la Anarquía' está finalizando pero aún le quedan algunos episodios de una de las producciones más salvajes de la historia de la televisión. La ciudad de Charming vive dominada por el club de moteros SAMCRO, una banda criminal que trafica con armas y controla sus zonas de influencia al margen de la ley.

Los enfrentamientos entre bandas, las traiciones internas, el poder, la ambición y un desinhibido gusto por las actitudes bruscas y agresivas hacen que esta ficción revise y pretenda renovar las constantes de un género que busca el retrato de la degradación del hombre corrupto.

No se puede negar el poder de atracción, casi irracional, que este tipo de historias tienen hoy en día entre el público. Sin embargo, 'Hijos de la Anarquía' no esconde mucho más que una vulgar mitificación de la decadencia moral, por mucho que Kurt Sutter, creador de la serie, se empeñe en introducir planteamientos y conflictos éticos que acaban siempre perdidos en las espirales de la violencia y la brutalidad de las que viven este tipo de series.

Clemente Ferrer

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