Hans Küng, el teólogo que no quiere ser Papa para no perder el don de la infalibilidad, fue compañero del actual papa Benedicto XVI, en la Universidad de Tubinga. Sus controversias doctrinales y filosóficas, que se han ido ensanchando con el tiempo, no vienen a cuento ahora. Pero sí un detalle que me ha llamado la atención: cuenta uno de los biógrafos de Benedicto XVI que, en aquel tiempo, mientras el teólogo suizo se movía en una alfa Romeo por la calles de Tubinga, el teólogo alemán lo hacía en una bicicleta.

Porque estos teólogos que luchan por el pueblo tienen a bien no vivir con el pueblo al que dedican tantos desvelos, seguramente para predicar con el ejemplo y poder decirle: así, tal y como yo vivo, es como deberíais vivir todos vosotros, queridos hermanos proletarios. Y esto es algo que me ha llamado siempre la atención. Benedicto XVI, el guardián de la ortodoxia, siendo ya Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe y decano del colegio cardenalicio, vivía en un pequeño apartamento romano y veraneaba en una celda de un seminario perdido, pagando su propia celda a la institución y comiendo en el refectorio común, junto a sacerdotes jubilados.

Al final, todo se reduce a eso, a la austeridad. Siempre he juzgado a políticos empresarios y artistas según ese termómetro, y créanme, no falla jamás. La austeridad no sólo constituye un modelo de conducta para los demás y una salvaguarda contra la vanidad mundana y el entontecimiento de la fama. También actúa hacia dentro, a favor del sujeto agente. Y es que la austeridad es el único camino hacia el placer, el único instrumento que protege al hombre de su eterna maldición, que consiste en convertir la vida en un ansia siempre creciente de un placer siempre decreciente (C.S. Lewis).

Hoy, 29 de junio, se celebra la fiesta del Papa, conmemorando a San Pedro y San Pablo. Se recoge, y se supone que el próximo domingo también, en todas las iglesias del mundo, el llamado óbolo de San Pedro. Por decirlo de otro modo : el poderosísimo Vaticano continúa siendo una institución mendicante, pendiente del óbolo de los fieles, especialmente de la limosna petrina, que se solicita en los cinco continentes una vez por año.

Y es bueno que así sea, es bueno encontrarse con un Vaticano mendicante, con un Papa que viajaba en bicicleta, al que los medios de comunicación describían como un sátrapa oculto. Lo cierto es que el tal sátrapa disponía de diez personas, sí diez, en la sección doctrinal, la más importante, del Santo Oficio.

Si quieren conocer la verdadera imagen de un hombre público, no duden en formular la única pregunta válida. ¿Es austero?

Eulogio López