Sr. Director:

La Corona es una de las instituciones mejor valoradas, con una aprobación de un 70% de los españoles, según recientes encuestas del CIS.

 

Los magníficos servicios que ha prestado a nuestra nación durante más de siete lustros, facilitando la entrada y el asentamiento de la democracia, evitando sobresaltos e inestabilidad política en periodos convulsos, como signo de unidad y permanencia, ha granjeado la confianza de una mayoría social.

Sin embargo, el viaje cinegético del Rey al país africano de Botsuana para cazar elefantes ha deteriorado su imagen, hasta el punto de encontrar aceradas críticas, pese al exquisito trato y respeto que le dispensan la mayoría de los medios de comunicación y el estamento político.

Este hecho, ante la angustiosa situación económica que padecemos, ha resultado poco edificante, creando malestar social. Si a esto añadimos la imputación penal de Urdangarín, junto con la publicación de ciertos correos electrónicos que pudieran implicar al monarca en los turbios negocios del Instituto Nóos, el descrédito de esta institución alcanza sus mayores cotas. Este cúmulo de circunstancias ha facilitado que los enemigos de la Monarquía hayan aprovechado la coyuntura para replantear la instauración de la III República, como IU, o que le hayan invitado a abdicar, con palabras del líder socialista madrileño, incluso hasta conminarle a que pida perdón a los españoles.

Disculpas que ha realizado, aspecto que le honra. En cualquier caso, una cosa es que el Rey se haya equivocado y cometido un error, y otra cosa bien distinta es elevar los hechos a una categoría desproporcionada, y dicho sea de paso, con ciertos tintes de hipocresía farisaica. Entre otras cosas porque los que realizan estas críticas no se aplican la misma vara de medir. Puestos a criticar al monarca hay otros asuntos que realmente sí que son graves y ahora silencian quiénes se rasgan las vestiduras, autores y cómplices de políticas de gobierno, por la tibia labor que ha realizado en su papel de moderador y árbitro ante los envites y rupturas constitucionalistas por el plan Ibarretxe, el estatuto catalán, o las negociaciones con la banda terrorista ETA, y además, las amistades peligrosas en el mundo financiero y político internacional, junto con el fracaso rotundo en el ámbito familiar, y especialmente en su relación con la Reina.

El asunto radica en que la Monarquía debería ser un verdadero referente moral para la sociedad, porque si falta coherencia y ejemplaridad, ¿con qué credibilidad acometerá sus funciones? Y es que la mujer del César no sólo tiene que ser honesta sino parecerlo.

Javier Pereda Pereda