Tenía que pasar, porque la Ley de Violencia de Género había contado con dictámenes desfavorables del CGPJ al haber introducido la discriminación positiva en el ámbito del Derecho Penal. Y es que sancionar de manera más severa a un delincuente que a otro en función de su sexo, resulta claramente discriminatorio.

Pero daba igual, porque como recuerda El País "el Gobierno ya consideró en su día que más importante que atender las quejas doctrinales era acentuar la denuncia del carácter machista de la violencia ejercida sobre las mujeres en el seno de la pareja". Toma ya. O sea, las quejas doctrinales, el derecho, a título de inventario, porque lo importante es denunciar el carácter machista.

El comentario resulta muy significativo de cómo alguna izquierda observa el derecho. No se trata de normas de convivencia, ajustadas a unos valores socialmente compartidos, basados en el derecho natural, sino de la personal ideología que fuerza al derecho a aceptar lo que uno desea. Y si no encaja, peor para el molde.

Afortunadamente, nuestro sistema político goza de garantías para controlar estos abusos. Y será el Tribunal Constitucional quien dictamine si la Ley de Violencia de Género se ajusta a la Carta Magna o no. La cuestión de inconstitucionalidad presentada por el Juzgado de lo Penal nº 4 de Murcia ahonda en lo mismo señalado por el CGPJ en su informe: dudas de inconstitucionalidad debido a la discriminación por razón de sexo.

Mención especial merece el Partido Popular. Sus diputados explicitaron el rechazo frontal a esta Ley. Sin embargo, ni un solo diputado votó en contra. Quizás por los complejos atávicos de la derecha española. Quizás por la presión de aquellas a las que los Padres Separados denominan "feminazis". El caso es que todos, socialistas y populares votaron una ley que ahora se ha revelado posiblemente inconstitucional.

Más allá de la "ortodoxia doctrinal", lo que plantea la pedagogía de la ley es la perversidad sospechosa del varón frente a la mujer. El hogar no es el lugar donde alcanzar la felicidad, el sitio donde somos aceptados como somos, sino un lugar de riesgo. El varón se convierte en sospechoso por el simple hecho de serlo. Y sus atrocidades -que obviamente existen- son más atrocidades que si las comete la mujer.

Las estadísticas publicadas en estas pantallas señalan que el porcentaje de mujeres que agreden a sus maridos no es "ridículo" como señaló Caldera, sino significativo : ronda el 30%. Pero la cultura "feminazi" insiste en el mismo slogan: "¡Algo habrán hecho!". Curiosamente, el mismo slogan colectivo del machismo hispánico que supuestamente se pretende combatir.

No, no es verdad que el hogar se haya convertido en un lugar de riesgo, sino que la violencia doméstica (en una u otra dirección) crece al mismo ritmo que la violencia general. Y por cierto, en los países católicos, se apuntan menores tasas de violencia doméstica a igual nivel de violencia general. O sea que a lo mejor la cultura del compromiso y la entrega conyugal resultan más eficaces que la criminalización masculina "ex ante". Pero esto importa muy poco a quien comienza despreciando la ortodoxia jurídica.

 

Luis Losada Pescador