Los estupefacientes, casi siempre con bebidas etílicas, son derrochados por unos 50.000 jóvenes de entre 14 y 18 años y que presagian serios peligros de liarse con las drogas duras, el cannabis y la cocaína.

 

Son el 2,2% de la población total. Pero este fenómeno ya es alarmante, porque produce las secuelas de la falta de recuerdo, el abandono de las aulas y las discusiones y que pueden ser los primeros indicios del problema. Los narcóticos también están en la raíz de los siniestros de circulación.

Estos fueron los resultados del Plan Nacional sobre Drogas, durante la exposición del último informe sobre el derroche de alcaloides. También se ha descubierto un acrecentamiento del dilapido de la heroína; no se inyecta, se aspira en forma de pitillos; son los sonados «chinos».

La droga cuanto más se consume, con más imperiosidad se necesita. El camello, el vendedor, promete al adolescente incauto, que le llevará al paraíso, pero se calla el precio que pagará que es la propia autodestrucción, el deterioro físico, psíquico y moral, transformando el paraíso de unos instantes, en un prolongado e insoportable infierno.

El combate contra el comercio y el derroche de narcóticos no debe cesar. La voluntad de parar esta nociva amenaza para la sociedad, que suscita el asesinato, el terror y que favorece la devastación física, emocional y moral de muchos jóvenes, reclama un pacto político, colaboración internacional y la ayuda de todos.

Por lo tanto, la lucha contra la droga debe comenzar con una educación adecuada, un mayor respeto a la persona y el ofrecimiento a los jóvenes de una perspectiva vital.

He visto a los más grandes espíritus de mi generación, arrastrarse de madrugada por las calles de los negros, en busca de la droga urgente, imperiosa, afirmó Allen Ginsberg.

Clemente Ferrer

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