Sr. Director:

Hoy quería hablarles de los momentos felices que hemos tenido en estas pasadas Fiestas de Navidad, de los regalos de Reyes que aún nos quedan por recibir y de lo bien que nos lo vamos a pasar en este año que comienza. Pero cuando aún estábamos felicitándonos las Fiestas y expresándonos unos a otros nuestros mejores deseos para el Año 2007, de repente, sin esperarlo, una bomba, compuesta por mas de 500 Klg. de explosivos, hace saltar por los aires un aparcamiento de cuatro plantas, destroza a mas de 2000 coches, y mata, destroza la vida, dicen que involuntariamente con un cinismo que resulta espeluznante, a dos personas jóvenes. Confiados ya, la mayoría, en que el problema del separatismo vasco y del terrorismo había encontrado, por fin, un cauce para su solución; confiados en que, tardaría mas o menos y que sería una tarea mas o menos difícil, pero que el problema se encaminaba hacia su final; confiados hasta el punto de que, según las encuestas, habíamos desplazado ya el tema del terrorismo de los primeros lugares de nuestras preocupaciones; tan confiados que, cuando estos meses atrás, cuando veíamos por televisión las bravuconadas, amenazas y desafíos de los individuos que estaban juzgando, pensábamos que eso era únicamente una puesta en escena, una astucia negociadora; tan confiados que no nos dimos cuenta, o no nos la quisimos dar, de que estábamos tratando con iluminados, fanáticos e irracionales personajes; tan confiados, en fin, estábamos, que cuando una explosión sacude a la sociedad, sentimos todos y a cada uno de nosotros individualmente, como si nos despertaran de sueño con un jarro de agua fría, aunque esta sea una frase muy benévola para la gravedad del hecho.

Yo soy de los que apoyé, sin reservas, al Gobierno cuando inició el camino que debería habernos conducido al fin del terrorismo. Yo soy, como decía a raíz de la explosión el dirigente democristiano Duran y Lleida, de los que apoyaré al Gobierno en este tema aunque fracase. Pero dicho esto, y dicho con absoluta sinceridad, también he de he de manifestar a continuación que yo, nosotros, todos los ciudadanos de a pié, podemos permitirnos el lujo de ser ingenuos, de ilusionarnos con la esperanza, pero eso, el ser ingenuo, en ningún caso, le está permitido al Gobierno. Me explicaré.

En mi opinión, el terrorismo en general, y el que padecemos en España en particular, es, nada mas y nada menos, que la trágica expresión publica de una impotencia, de una frustración. Cuando uno no puede convencer a los demás de sus disparatadas ideas; cuando comprueba que la sociedad ideal que el imagina no la quiere nadie; cuando se da cuenta de que su discurso, sus creencias, sus objetivos, solo son compartidos por un grupo de iluminados como el; cuando quien cree tener la única solución verdadera a los problemas de su sociedad comprueba que la gente no sale a aclamarle a los balcones; entonces, el individuo en cuestión, se autoconvence de que todo el mundo está equivocado, y de que la única solución para salvar a su sociedad es obligarla a hacerlo, obligarla a que se salve. Y en ese momento, el iluminado visionario de esa sociedad perfecta se convierte en terrorista.

Las extorsiones terroristas que sufrió Europa durante el último tercio del Siglo pasado, surgieron cuando, en las décadas de los años 50 y 60, se recuperaba de los desastres de la II Guerra Mundial, y todo el mundo discutía, en un ambiente muy politizado, sobre la nueva sociedad que estaba naciendo. Cada grupo, desde los de extrema derecha a los de extrema izquierda, tenía su teoría sobre su sociedad perfecta y sobre como conseguirla. Pero las pretendidas soluciones de derechas se difuminaron porque habían sido ya derrotadas en la Guerra (aunque hay que decir que, ahora, el terrorismo de derechas intenta renacer en forma de fundamentalismo religioso), y solo quedaron los iluminados de la extrema izquierda, a los que la sociedad europea, con su evolución, y tras algún que otro sobresalto, consiguió diluir y eliminar. Pero aquí, en España, en algunos lugares, mezclando, en un alucinante paquete ideológico, la lucha contra la dictadura, la independencia del territorio, jugando con los sentimientos de la gente, y prometiendo, decían, la nueva sociedad, libre, igualitaria, no alienada y justa, consiguieron sobrevivir. Hoy, siguen diciendo que el Estado democrático les oprime y que los vascos no son libres, pero se callan que el modelo de sociedad que propugnan es anacrónico y sin sentido. Nadie en su sano juicio puede pretender, hoy, convertir al País Vasco, o a cualquier territorio, en una nueva Corea del Norte. Pero ellos, los terroristas, son visionarios, son locos fanáticos. No piensan.

Evidentemente el Gobierno, todo esto lo sabe mejor que yo. Como sabía que estaba tratando con irracionales. Pero el Gobierno, como yo, confiaba en que, a cambio de sacarlos de la cárcel, de dejar que se incorporaran a la sociedad, y de proporcionarles suficientes recursos económicos para vivir (como han hecho en Irlanda con el IRA), esta gente dejaría de extorsionar y permitiría que se desarrollaran los cauces políticos necesarios para que todos, incluida la izquierda independentista, pudieran participar en la vida pública. Pero los terroristas que quedan son locos iluminados. Y, además, no tienen otra cosa que hacer.

A pesar de lo ocurrido estos días, estoy convencido, hoy, que ahora habrá una solución, mas pronto que tarde. Y esa solución tiene que pasar porque los movimientos de la izquierda independentistas no se sientan protectores de nadie, ni protegidos por nadie. La izquierda independentista debe presentarse a las elecciones, pero demostrando que han dejado a un lado, que se las arreglen como puedan, a sus ya viejos y patéticos visionarios. Y eso es, a mi entender, lo que deben propiciar todas las fuerzas políticas democráticas.

Joaquín Rico Casamitjana