Sr. Director:

Hablando sobre Juan Pablo II en una parroquia de Vitoria me preguntaron si las víctimas de ETA no tenían que perdonar como el papa había hecho con el terrorista que le disparó. No hay duda que a nivel personal es una gesto de amor y generosidad que una víctima visite a su agresor y le perdone. Pero, por eso mismo, no se puede exigir esa generosidad, el per-don es don, es gratuito, nace de la voluntad misericordiosa de la víctima y no es exigible sin una petición de perdón previa. Cuando la agresión ha sido colectiva y parte de una estrategia de dominación (como en este caso, en que alguien no respeta el juego democrático que le sitúa en minoría y quiere imponer sus objetivos con el terror), Juan Pablo II ha enseñado la necesidad de PURIFICAR LA MEMORIA: pedir perdón en el presente por los abusos cometidos por el propio grupo en otro tiempo, como posibilidad de reconciliación cara al futuro.

Así hicieron los obispos polacos con la incitativa de perdonar a Alemania por las agresiones de los nazis e incluir allí una petición de perdón por los atropellos que en siglos anteriores los propios polacos hubieran cometido contra sus vecinos. Así lo ha hecho la Iglesia Católica al pedir perdón por las cruzadas, la inquisición, el tráfico de esclavos,... preparándose para el encuentro con todos en el Tercer Milenio. Si se quiere la reconciliación en el País Vasco es necesario PURIFICAR LA MEMORIA, no vale sólo un alto el fuego permanente (ahora no mato y os olvidáis que antes maté) sin pedir el perdón a las víctimas.

Pedir perdón es siempre reconocer que en justicia se ha obrado mal en perjuicio de otros, a tiempo que se solicita humildemente a la víctima que en lugar de exigir los derechos que le corresponderían por esa injusticia padecida, renuncie a ellos gratuitamente como gesto de misericordia. Un perdón así une justicia y misericordia; y se puede pedir a las víctimas en respuesta al arrepentimiento del agresor. Hablar de paz sin justicia es siempre una inmoralidad, oculta la injusticia cometida, y al pedir resignación a la víctima le niega sus derechos y su dignidad.

José Ramón Peláez Sanz

castroverde@wanadoo.es