Sr. Director:
Ya escribimos sobre los "problemas" que David Attenborough consideraba al pensar de una manera catastrofista  la superpoblación de los países africanos, no teniendo en cuenta que aquellas predicciones maltusianas ya han pasado a la historia. Pero siguen dando que hablar y a ello me refiero. 

Los "viejos" no quieren que nazcan muchos niños. Eso dicen algunos, ¿no será que no quieren perder su "status" Pero Mr. Attenborough, del que ya hemos hablado, tiene 86 años. Vamos que ya está maduro y un simple meneo del árbol de la vida, da con él en el suelo. Pero el niño sale adelante con poco y un santiamén ya está produciendo. Pero una población con mayores -ya no escribo viejos- sale cara, pues la vida en el país rico se mantiene de modo antisocial, consume más de lo que produce y su gasto sanitario es enorme.

Pensamos, ¿y si los africanos se levantan y se quejan de seguir manteniendo a esta población senil del Planeta Esto dicho a bote pronto parece que sea difícil, pero mira por dónde Taro Aso, ministro japonés de Finanzas, en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad Social, ha dicho que los ancianos provocan un alto nivel de gasto sanitario y qu el problema no se resuelve  "si no se dan prisa en morir". Naturalmente esto ha resultado una bomba en un país en que el 23% tiene más de 65 años.

Pero volviendo a Attenborough y considerando la postura del japonés Taro Aso… ¿qué hacemos Cada cual piense y considere.

Lo que sí es cierto y está estudiado, es que en África, en Etiopía al que nos referimos, hay menos habitantes por Km2 que en el Reino unido, 79 frente a los 258. Es decir que el vivir no sólo depende de lo "apiñados" que estemos.

Para que se tranquilice Mr. Attenborough, la economía en África está creciendo, mientras que la demografía se ha ralentizado. En fin, que este hombre alarmista al que tanto le maravilla la Naturaleza, no le dice nada la mirada de un niño, que nada pide a cambio, sólo atención. Además debe pensar en la capacidad del hombre, de innovar y descubrir recursos donde antes parecía no haberlos.

Alfredo Hernández Sacristán