Es verdad, todos fuimos embriones, hasta el redentor del género humano. Embrión, niño, hombre y redentor. La idea no es mía sino de Ideas Claras, un boletín con las ideas bastante claras.

Todo enloquecido defensor del aborto debería pensar que él también fue embrión y que en la lotería de la muerte en la que se ha convertido Occidente, a lo mejor no se contaba entre los elegidos.

Feliz Navidad, sí, porque uno de esos embriones, cobayas de laboratorio según la progresía internacional, era Dios encarnado en hombre. ¡Qué fuerte!

El fallecido Julián Marías aseguraba que lo peor del siglo XX era la aceptación social del aborto. Pues bien, lo peor del siglo XXI, con Barack Obama como portaestandarte (lo primero que hizo al llegar a la Casa Blanca fue poner los embriones de la fecundación in vitro al servicio de científicos revienta embriones sin escrúpulos) es la insensibilidad social hacia el embrión. Incapaces de ver más allá de sus narices, para la modernidad las cosas son los que aparentan: un embrión es un conjunto de células, no un ser con un código genético individuado e irrepetible que, si le dejan en paz, terminará por convertirse en un ser humano hecho y derecho.

Todas sus células -al igual que las de un bebé, un niño, un adulto o un anciano- desaparecerán pero él permanecerá. Por eso el embrión desconocido se convierte en el niño Pepe, y éste en don José, aunque toda su materia, y la composición química de la misma, se ha modificado. La razón es bien sencilla: ese conjunto de células que es el embrión es ya un ser humano, tiene algo más que células, algo que le hace permanecer en sí mismo, tener historia, a pesar de que toda su estructura material esté en continuo cambio. Cada cinco años, en un recién nacido en pocos meses, en un embrión en cuestión de días, el cuerpo se renueva en su totalidad, todas las células mueren, pero él permanece, como permanece su raciocinio y su libertad. Lo que no ocurre con la vaca. Nos comemos su filete y su materia, lo único que posee la vaca se convierte en parte de nuestra materia, que no de nuestro espíritu. Por eso nosotros persistimos, la vaca no tiene alma para persistir.

Desde el mismísimo cigoto -que ya es independiente de su padre y de su madre, es otro ser- hay algo, su parte espiritual, la que no ocupa espacio, que sobrevive al tiempo. Por tanto, los cienci-progres no manipulan los embriones. En sentido prístino y real, lo asesinan. Sólo la persona superficial, que no ve sino lo que cree puede calificar al embrión humano como un conjunto de células.

El embrión, y el niño, constituyen la mejor demostración científica de la existencia del alma: su composición celular, su materia, cambia de continuo, muere y revive, pero su espíritu permanece, sigue siendo él mismo, sigue siendo Pepe. Por eso el ser humano es el único ser vivo que posee historia.

No necesitamos del pensamiento para demostrar la existencia del alma y para demostrar que el embrión es sagrado: nos basta la ciencia empírica, que no representa el nivel más elevado de pensamiento. Dicho de otra forma, quien atenta contra el embrión humano está abdicando de su condición humana.

Sí, la manipulación de embriones es el hecho más grave del siglo XXI.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com