La revista Time ha distinguido al líder ruso Vladimir Putin como "Hombre del año". Ahora mismo, Putin constituye uno de los dictadores estilo siglo XXI, que se diferencian de los del siglo XX por su empecinamiento en legitimar sus tiranías por vías democráticas. Para Putin, al igual que para Hugo Chávez, un gobernante democrático es aquel que gana en las urnas, independientemente de que no respete las libertades individuales. Ambos utilizan las urnas para legitimar sus desvaríos y ambos son gobernantes democráticos que no dudan en quitar de en medio a quien se les oponga por cualquier vía. Y ambos pretenden una democracia "evolucionada", por ejemplo, a través de una constitución antidemocrática. Una vez más, la eterna cuestión de Aristóteles: ¿Qué es democracia, lo que votan los demócratas o lo que preserva la democracia?

Por si fuera poco, si algo puede ocasionar una guerra mundial es la mezcla explosiva entre los retos autoritarios -en algunas zonas del mundo, como China, muy vivos- del leninismo con el terrorismo y fanatismo islámicos. El antiguo jefe de la KGB no hace otra cosa que retar a Occidente y aliarse con los enemigos de Occidente, por ejemplo Irán, y todos aquellos que pretenden chantajear al mundo libre mediante su control de la energía.

No sólo eso, como él también sufre el terrorismo musulmán ha decidido acabar con él por las bravas: asume el papel del terrorista, cuyo primer mandamiento consiste en parapetarse tras la sociedad civil. Los chechenos toman como rehenes a unos ciudadanos rusos: para terminar, con ellos, Putin mata a secuestradores y rehenes con el mismo gas o las mismas balas, todos a un tiempo. ¿Qué diferencia existe entre los unos y los otros?

Por tanto, el nombramiento de Time ha levantado el correspondiente maremoto político. Ahora bien, Time se defiende afirmando que el hombre del año no es una buena persona, sino simplemente más famoso. Dicho de otra forma, Time prescinde de la categoría ética: no importa que las cosas sean buenas o malas. De hecho, no está claro que pueda calificarse algo como bueno o como malo. De esa forma, los conceptos de bien y de verdad se sustituyen por los de equilibrio y estabilidad. A eso siempre se le llama maniqueísmo, y, a lo largo de la historia, el maniqueísmo y sus primos, el gnosticismo, el panteísmo y el puritanismo, han provocado algunas de las historias más sórdidas y reaccionarias de la humanidad: los cátaros, sin ir más lejos.

La teoría del equilibrio entre el bien y el mal es una teoría muy querida, no sólo por Time y por George Lucas y La Guerra de las Galaxias, así como por buena parte de la literatura fantástica actual (no El Señor de los Anillos, desde luego), además de por toda la progresía actual. Dicen que el equilibrio entre el bien y el mal otorga estabilidad a la sociedad: en efecto, la estabilidad de los cementerios. De hecho, es el tipo de doctrina con el que Vladimir Putin puede sentirse más a gusto. Si el bien y el mal no son más que las dos caras de la misma moneda, nadie es responsable de nada, salvo de su poquedad.

Time debería reflexionar sobre sus galardones para no caer en el liberticidio de justificar al tirano.

Eulogio López

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