El eclecticismo no es mala cosa cuando se trata de coger lo mejor de cada casa, de cada doctrina, de cada ideología e intentar conciliar. Pero la historia tiende a demostrar que el eclecticismo acaba en esquizofrenia, en una especie de macedonia donde abundan los sabores ácidos y amargos que destrozan el dulzor de otros. Se llega por la abulia teórica y la vagancia práctica. No sólo eso, el sincretismo suele terminar justo en el extremo opuesto de un objetivo : coge lo peor de cada casa y llega a la regocijante conclusión de que lo peor, lo más vulgar, lo más rancio ¡vaya sí concilia!

Tomemos como ejemplo no sé cómo se me ha podido ocurrir- los dos partidos mayoritarios españoles, fácilmente extrapolables a las situaciones políticas reinantes en Europa. El pasado jueves el Congreso de los Diputados votaba el Estatuto catalán, ese que tanto ha cabreado a los socialistas aragoneses, castellanos, manchegos o extremeños. La misma norma centrífuga, imposición del nacionalismo catalán al PSOE, sobre la que Felipe González animaba a la rebelión a los diputados andaluces dos meses atrás. Pues bien, ni un sólo diputado socialita, ni uno sólo, dejó de apoyar el proyecto de Estatuto de autonomía para Cataluña. Aquí no estamos hablando de disciplina de voto, sino de disciplina de sueldo. Ha sido la gran derrota, casi definitiva, del gran Felipe González. El vencedor ha sido Zapatero y el criterio de que a rey muerto rey puesto. Los diputados socialistas tienen bien claro quién les paga el salario, o quien les posibilita cobrarlo del erario público : Zapatero.

Pero busquemos un rayo de esperanza. Quizás estemos hablando de los diputados de cuota, los rellena-listas, aquellos que se han subido a la prebenda del funcionariado político y votan lo que les mandan sin saber ni lo que votan. Un biotipo que nada tiene que ver, pongamos por caso, los líderes regionales del partido que, pongamos por caso, hablan con voz propia e incluso, uno es así de ingenuo, piensan por sí mismos.

Pues va a ser que no. Un día después, viernes 31, Zapatero reúne en Moncloa a los barones socialistas y todos aplauden su proyecto de Estatut, así como sus negociaciones con Batasuna. Y sin moverse un centímetro de la postura del jefe, le brindan apoyo máximo en el Estatut y le piden lo que Zapatero quería pedirles: el apoyo del PP en la negociación con la banda terrorista ETA. Repetir como loros, desde la independencia, claro está, lo que dice el líder: en Cataluña aislar al PP, en el País Vaco, donde hay sangre de por medio, ir junto al PP para hacerle tragar a la ciudadanía una píldora intragable.

¿Rebelión en el PSOE? Confieso que hubo un momento, cuando se concitaron las fuerzas conjuntas de Jesús Polanco, para quien Zapatero es un chisgarabís y un incapaz, Felipe González, para quien Zapatero es un majadero, y la Zarzuela, para quien Zapatero es un resentido (algo que pesa mucho en el ánimo de SM) pensé, sinceramente, que, o bien rectificaba, o bien los día de Zapatero estaban contados.

No ha hecho nada de eso. No ha rectificado, simplemente, con ese olfato que tiene para captar la evolución del sentido de voto, el insensato de Moncloa se ha vuelto hacia el sincretismo, ha mezclado churras con merinas y cada colectivo social traga sus proposiciones porque a cambio recibe su paga y satisface sus querencias. Más que satisfacer querencias, lo que satisface Zapatero son odios. A los que odian a la Iglesia les ofrece la animalada de la experimentación con embriones o el matrimonio gay (y es un colectivo grande y activo el de la Cristofobia), aunque les haga tragar el Estatut y el terrorismo vasco; a los nacionalistas les ofrece sus ensueños pueriles aunque les obligue a arramblar con sus principios; a los socialistas les ofrece nacionalismo económico y les endilga, al tiempo, una política neoliberal donde el equilibrio fiscal tiene más influencia que con Rodrigo Rato; a la legión de antiamericanos les ofrece insultos al imperio aunque para ello se incline la cerviz ante el egoísmo franco-germano; a los votantes más internacionalistas del PSOE les ofrece ese mismo enfrentamiento anti-Washington a cambio de favorecer al populismo indigenista iberoamericano, a tiranos muy peligrosos, a las feministas les ofrece cuotas políticas, empresariales y administrativas a cambio de vomitarlas hacia una lucha de sexos que ya estamos pagado con más violencia para la mujer y con más marginación práctica; a los eco-progres globalifóbicos les ofrece dinero para todo tipo de ONG, especialmente las más majaderas de eso se encarga Leyre Pajín- mientras aquí, en casa, la vivienda se dispara y nadie es capaz de montar un hogar.

Sincretismo, que le dicen. La suma de tanta incompatibilidad sacude el país pero mantiene a Zapatero en La Moncloa que es de lo que se trata.

Vamos con el PP, donde también reina una cierto ánimo ecléctico, en este caso fundado en el alma laica. En Roma se ha reunido el Partido Popular Europeo (PPE), segundo o primer grupo parlamentario, según como se mire, en la Eurocámara. Su secretario general es Antonio López-Istúriz, que no deja de ser el heredero de Alejandro Agag, el yernísimo. Istúriz es como un clon de Agag, sólo que por ahora permanece pobre, es decir, en la política, y no se ha metido a los negocios. Como se recordará el yerno de José María Aznar es el prototipo de joven del clan de Becerril, conservadores de alma laica, de derecha de toda la vida pero muy, muy liberales, Aznar suspiraba tanto por esta nueva generación de adolescentes derechosos que hasta convirtió en yerno al que le pareció más despierto. Agag comenzó su fulgurante carrera como ayudante, es decir, el señor que lleva los papeles y que se pasa 24 horas seguidas con el presidente del gobierno, una especie de secretario permanente que le acompaña a todo sitio lugar salvo al cuarto de baño. Como con el aznarismo era la socialdemocracia la que gobernaba en Europa, y el único partido conservador de cierta enjundia era el PP, Aznar colocó a Agag en la Secretaría General del Partido Popular Europeo. Hablo de Agag porque, insisto, es lo mismo que hablar de Istúriz, sólo que yendo a los orígenes.

En el Partido Popular Europeo, don Alejandro hizo dos cosas: lo primero enterrar los vestigios de democracia cristiana, esa ideología clerical y anticuada que hizo la Unión Europea, el mundo moderno y el grueso de las democracias occidentales, especialmente las europeas, tras la I Guerra Mundial. Pura antigualla. Ahora lo que se llevaba era el alma laica y el bolsillo dispuesto, el espíritu calvinista de si es rico, por algo será; si es pobre, algo habrá hecho. Así que la segunda cosa que hizo Agag, un tipo coherente, consistió en otorgarle a Forza Italia, el engendro de Silvio Berlusconi, un sitio en el PPE. Il Comendattore se lo pagó con creces: le dio patadas en las espinillas al suegro Aznar, especialmente en Tele 5, pero otorgó al yerno pingües negocios, especialmente en Italia.

Pero, como digo, la labor ideológica de Agag, ahora de López-Istúriz, que acaba de ser reelegido, ha sido la de desligar al Partido Popular Europeo de la democracia cristiana, un empeño de José María Aznar, que sentía repulsión ante el nombre mismo de DC. Tanto lo sentía, que la Internacional Democristiana, por presiones de Aznar, pasó a llamarse Internacional Democrática de Centro (IDC), en busca del centrorreformismo perdido. A estas alturas, nadie sabe qué es el centrorreformismo, y algunos sospechamos que no es nada, pero sí que va perfilándose lo que no es. Por ejemplo, no es cristiano. Así, cuando, por mor de la costumbre ancestral, el PPE es recibido el jueves por el papa Benedicto XVI, este arrasa el eclecticismo, el todo vale de Aznar y Rajoy, y les espeta que hay tres principios que un político católico no pude negociar: la vida, la familia y la educación. Y es que el Pontífice no se había enterado de que el PPE ya no es cristiano aunque les agrada que les reciba el Papa, porque una cosa es no ser cristiano y otra no tener muchos votos cristianos, votos que no conviene perder en modo alguno.

Así que del eclecticismo de Zapatero nos encontramos con el eclecticismo del Partido Popular, que viene a ser esto : no somos abortistas, pero no tenemos culpa de que el aborto se multiplicara durante nuestro mandato; no nos gusta el matrimonio gay, pero tenemos una plataforma gay y hemos sido los primeros en promulgar leyes autonómicas sobre parejas de hecho. Creemos en la libertad de enseñanza, pero entendida como libertad para los empresarios de la enseñanza, no para los padres de los alumnos. Somos liberales, pero con las mercancías, no con los trabajadores inmigrantes. Lo cual, dicho sea de paso, ya no sé si es eclecticismo o pura estupidez.

La tarta política pendiente en el siglo XXI es sólo una: arramblar con los actuales partidos de izquierda y de derecha y forjar un nuevo mapa político. A esa tarea, nuestros bisabuelos la llamaban regeneración, es decir, volver a generar.

Eulogio López