Ocurrió a la salida de un funeral celebrado en Madrid. Finalizada la ceremonia, una asistente se acerca a una amiga y le comenta:

-¡Qué cura más curioso!, ¿verdad?

-Sí, -responde la aludida- es que es un cura católico.

Y es que el mosén -recién salido del horno, por cierto- había hablado de cuestiones tan curiosas como la muerte, juicio, cielo e infierno. Vamos, palabras tabú en muchos púlpitos.

Son estos curas tan curiosos los que están consiguiendo que en algunas parroquias madrileñas se distingan por un resurgir de vocaciones religiosas. Y por cierto, los jóvenes optan en su mayoría por órdenes religiosas muy exigentes, así como por la clerecía secular... y no necesito recordarles que la formación y la exigencia en los actuales seminarios se ha incrementado sustancialmente durante los últimos 40 años, cuando muchos de ellos echaron el cierre.

Pues bien, algunas de esas parroquias donde se ha sembrado la fe se encuentran ahora con la recriminación, a veces bastante grosera, de los padres de los interesados. Ya saben: Hijo mío, te educamos para que fueras un buen cristiano (a lo mejor era para ser un buen ciudadano) pero no para que te metieras a cura. O sea, el consejo de la madre del piloto: Tú ante todo, hijo mío, vuela bajo y despacio.

Lo que está sucediendo ahora en varias parroquias madrileñas -de las que poseo más información- es algo parecido a lo que escribiera aquella estupenda radical italiana, Maria Antonietta Macchiocchi, cuando hablaba de que la nueva generación de muchachas italianas, hijas de la generación progre del Mayo francés, se dirigían a sus progenitoras en estos términos: ¿Defiendes el aborto? Entonces, ¿tú te habrías librado de mí?.

La joven generación no es progre, sino una esperanza firme. Los jóvenes de hoy se dividen en dos: o son unos nescientes por desasnar, incapaces de dar un sentido a su vida, o son gente mucho más coherente y menos tibia que nosotros (servidor, como Zapatero, nació en 1960), más coherente y más comprometida. No hay término medio, no hay progresía, no hay tibieza. Y, al revés que nosotros, viven sus valores o intentan destruirlos; lo que nunca harán serán invertir los valores y predicar que lo bueno es malo y lo malo es bueno o que, simplemente, no hay manera de distinguir entre uno y otro.

Son sus padres, los tibios, quienes acusan a los buenos curas de haberles comido el coco a sus retoños para los que anhelan una vida aún más burguesa y anodina que la propia.

Además, no saben que el culpable de la vocación de sus hijos no es el párroco.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com