Tomo un taxi en el Puerta del Sol. Cae la tarde. El taxista me pregunta si ya he terminado la jornada laboral. Le respondo que soy autónomo por lo que los límites de la tal jornada son más bien difusos y entonces comienza su relato:

-¡Ah, bueno!, entonces como yo: no hay jornada laboral. Yo antes trabajaba en una empresa de grúas pero los encargados eran unos canallas. Cuando me levantaba para ir a trabajar ya estaba desquiciado. Sí, tenía mis pagas extra, mis vacaciones, mi horario... pero estaba puteado durante ese horario, se me hacía interminable.

Por eso me metí a taxista, como autónomo. Ahora trabajo para mí. Muchas más horas que antes, desde luego, pero soy mi propio jefe, y eso no se paga con dinero. Y eso que a veces las paso canutas. Yo me fijo cuánto tengo que ganar al mes. Me he marchado de vacaciones unos días en julio, porque Madrid se vaciaba y cuando he vuelto sigue bastante vacío, pero hay que conseguir lo propuesto. Y si cada semana no cubro lo previsto, que estos días cuesta mucho, sigo conduciendo. Pero lo que gano es para mí.  

Este hombre lo tenía más claro que los manuales de estructura económica. Es un emprendedor, aunque la materialidad de su negocio sea mínima. Hasta su coche era suyo. Sin embargo, trabajaba para él, utiliza su propiedad privada, su trabajo, y le saca el mayor rendimiento. Para la economía, el profesional, el autónomo, el comerciante y el microempresario constituyen los elementos más productivos del sistema, los últimos liberales que quedan en el mundo, los que ejercen el derecho a la propiedad privada, que es un derecho que otorga libertad. Trabajan mucho, no cogen la baja salvo parte de defunción, pero son propietarios, es decir, dueños de su propio futuro, libres. Y han creado, al menos, un puesto de trabajo: el suyo.

Cuando he dado clase en escuela de negocios, he tratado de convencer a los futuros directivos que es mejor ser cabeza de ratón que cola de león, que no deben aspirar a ser directivos de multinacionales sino a poner en marcha su propio proyecto, su propia máquina de facturar. No he tenido mucho éxito: allá ellos.

La última obra publicada en España (El Buey Mudo) del creador del distributismo, Chesterton, lleva por título Los límites de la Cordura, el distributismo y la cuestión social. No sé si nuestro taxista lo ha leído pero, desde luego, ha captado un mensaje incomprensible para la ambición de algunos CEOS que, al igual que los funcionarios, trabajan con el dinero de los demás. El autónomo, en efecto, es más productivo que el directivo y que el asalariado de las grandes empresas, no digamos nada que el funcionario o trabajador de una empresa pública. Pero es que, además, es más libre. El distributismo enlaza a la perfección con la idea del Creador, que no ha dado el mundo para que lo disfrutemos, no para que los optemos. Eso sí, en los planes del Padre Eterno no figuraba que al disfrutarlo impidiéramos que otros los hicieran.

Traducido: la propiedad privada es como el estiércol: muy fructífera siempre que esté bien repartida. Y es que el de la propiedad privada es una maravilla siempre que sea propiedad privada pequeña. Lo grande resulta ingobernable. Tanto es así que la propiedad privada sólo tiene dos enemigos: socialismo y capitalismo.

El padre del distributismo enseña a distinguir la defensa de la propiedad privada -que podríamos calificar de liberal- de la defensa de la empresa privada -capitalismo-: La institución de la propiedad privada, (está) ahora completamente olvidada en medio de los alborozos periodísticos sobre la empresa privada (¿Les suena?, lo vemos reflejado en el periodismo económico actual). El hecho mismo de que los editores hablen tanto acerca de la última y tan poco acerca de la primera señal del tono moral de la época.

Además, tanto el socialismo como el capitalismo son enemigos de la propiedad privada: Lo característico del capitalismo y del mercantilismo, según su desarrollo reciente, es que en realidad predicaron la extensión de los negocios más que la preservación de las posesiones. En el mejor de los casos han tratado de adornar al carterista con alguna de las virtudes del pirata. Lo característico del comunismo es que reforma al carterista prohibiendo los bolsillos.

Chesterton anunció que el comunismo se disolvería, preso de sus propias contradicciones internas, tal y como ha sucedido. Le preocupaba mucho más el capitalismo, la gran propiedad privada. Y anunciaba, 50 años antes de que comenzara la globalización, que las grandes empresas y los mercados capitalistas, las grandes combinaciones comerciales resultarían más autoritarias, más impersonales, más internacionales que muchas naciones comunistas. Aseguraba el periodista británico que el capitalismo se encaminaba hacia el monopolio, es decir, hacia la destrucción de la propiedad privada. Hoy lo estamos viviendo. Y mi taxista lo tiene más claro que nuestros potentados, nuestros banqueros y nuestros ministros de Economía.

Eulogio López

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