Los mártires han sido gente singularmente prudente. Tipos que amaban su pellejo aún más que todos, porque sabían que su vida no era suya, sino de Dios, que fue quien se la otorgó.

Y si a esos tipos tan conscientes de que la vida es un regalo les obligan a elegir entre renegar del donante o renunciar al obsequio, pues entonces, y sólo entonces, se dejan matar. Es decir, el mártir es un tipo prudentísimo, vive la virtud de la prudencia en grado heroico, sólo que ha elegido el daño menor: su propia vida. Exactamente como los 524 mártires que el domingo serán beatificados en Tarragona. ¿Víctimas de quién De los milicianos de la II República, un régimen tan democrático como homicida.

Pero si pudieran huirían para proteger su vida, porque es un don demasiado precioso como para malgastarlo si no es por Dios o por los que tenían a su cargo. Como el hermano marista Crisanto (¡gran compañía, por aquel entonces!), quien sólo pedía a sus verdugos que no tocarán a sus alumnos y una vez conseguido su propósito. Sólo pidió una vez a sus verdugos que le dejaran con vida y por una sola razón: que le permitieran seguir cuidando de sus internos, en el colegio-noviciado de las Avellanas (Lérida, ver imagen).

El problema de los 524 mártires que serán beatificados en Tarragona el próximo domingo es ése: prefirieron perder la vida antes renegar de Cristo. Todos fueron asesinados porque sus asesinos odiaban a Cristo y, por tanto, les odiaban a ellos. A muchos les hubiera bastado con renegar de Él, lo que los progresistas de hoy calificarían como espíritu pluralista y dialogante. Pero no lo hicieron. Por eso, es justo beatificarles y hasta canonizarles. Además, la sangre de los mártires es semilla de cristianos.

La Guerra Civil española no fue la última guerra de religión porque todas las guerras son de religión. La fe o la cristofobia es el elemento más poderoso de la naturaleza humana. Por eso, los requetés aconsejaban a sus hombres en la trinchera: disparad, pero sin odio. Sí, es posible.

En el bando opuesto, socialistas, comunistas, anarquistas e incluso algún centrista, no se caracterizaban por odiar ni a la derecha ni a los ricos, mucho menos a los militares: pero sí odiaban a los católicos: sólo verlos les daba grima. Por eso, se ensañaron con el clero, que es el catolicismo más visible. Pero cualquier cristiano, por el hecho de serlo, podría ser asesinado a tiros en un arcén.

El diario La Razón publicaba días atrás que alguno de los asesinos de los 524 beatificados del próximo domingo figuran entre las llamadas víctimas del Franquismo. Es claro que ambos bandos hicieron bestialidades pero las de la democrática II Republica perpetraron muchas más que las del autoritario régimen franquista y en todas ellas latía la cristofobia, que ni se preocupaban en disimular. Pero que ahora la tales víctimas del Franquismo, los descendientes de los verdugos, exijan a la Iglesia que detenga la beatificaciones, pues hombre mira, mejor me callo.

A todo esto, ¿podría repetirse hoy una persecución tan salvaje contra los católicos como la de la Guerra Civil Yo creo que sí. La semilla de la cristofobia fue replantada a tiempo en toda Europa y en España, y ya ha florecido. Es más, ha crecido de tal forma que mucho me temo que Satán está a punto de pasar al terrorismo directo.

Hay que recordar que un cristiano no es el que cree en Cristo sino el que ama a Cristo. Si se tratara de lo primero, no provocaría tanto heroísmo (nadie muere por lo que cree sino por lo que ama) y no despertaría tanto odio, pero la civilización del amor es lo  que el malvado no puede soportar. Representa un insulto demasiado grave para él.

Eulogio López

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