Una lectora -quien, pudorosamente, me pide no revelar su nombre; no lo hago- me asegura compartir mis críticas al feminismo y mi reacción a la amenaza apenas oculta del Instituto Andaluz de la mujer pero, al mismo tiempo, me recuerda que el feminismo ha conseguido que se respete más a la mujer y que se le reconozcan unos derechos ya olvidados.

Me recuerda, sobre todo, que la mujer sólo pide igualdad. Ya saben ustedes que tengo muchas dudas al respecto sobre los logros históricos del feminismo los que considero mito y leyenda. Pero esa no es la clave. La clave está en la palabra igualdad como base de las relaciones entre hombre y mujer.

Voy a tratar de abordar esa igualdad con una noticia y un montaje. La noticia ya la conocen ustedes: ese profundo estudio científico sobre los jóvenes, el alcohol y el sexo. Seis de cada diez jóvenes utilizan el alcohol para desinhibirse y darse a la cópula. Esto no es nada nuevo. Santo Tomás Moro recordaba el cartel que colgaba en muchas tabernas inglesas cinco siglos atrás: Coño borracho no tiene portero. Pero la noticia no es mala: significa que, si necesitan del alcohol para darle al refocile, es que aún tienen conciencia que les interpela. Sin la conciencia adormecida por la cosa etílica, la propia naturaleza del hombre y de la mujer les lleva a distanciarse de los animales, a sentir repugnancia al sexo desprovisto de afecto y de continuidad. Y les lleva, también, a pensar que la sexualidad es algo más que una tempestad de emoción. Eso es lo que dice la moral cristiana y el sentido común. El feminismo dice lo que han dicho la inmensa mayoría de los medios informativos: que lo importante, lo verdaderamente grave, no es que se acoplen como bestias sino que lo hagan sin protección. Sin protección ante las consecuencias lógicas del sexo, que es la procreación, se entiende. En definitiva, el feminismo imperante y los medios informativos nos informan de que el enemigo no es la animalización de la criatura racional, sino la descendencia, el niño.

En definitiva, hasta para los más brutos, incluso, espero, para alguna feminista, el asunto es que entre seres racionales -e iguales, sí, iguales en dignidad y derecho- no se puede separar sexo y amor. Esta es una sentencia que entenderán el 90% de las mujeres -salvo las feministas- y el 45% de los varones. Quien no lo entienda es mejor que no se comprometa. Mejor, que no se case, porque se casará sin comprometerse, atajo directo hacia el fracaso.

Vamos con la segunda parte. No es una noticia, es un montaje que me hace llegar don Pedro Peña sobre París (buenas imágenes, pero no me interesan ahora) con un fondo musical: la famosa melodía La vie en rose, uno de esos temas que los hombres calificamos de cursis cuando estamos en público y luego escuchamos en privado. Peña ha tenido la gentileza de escribir la letra, un pequeño detalle que en ocasiones se nos olvida.

Sólo me detendré en tres versos de la canción: Palabras de todos los días, es él para mí, yo para él, para toda la vida.

Palabras de todos los días. En efecto, para expresar amor -el hombre a la mujer y la mujer al hombre- se empelan las palabras de todos los días. Esto me recuerda la genialidad de Benedicto XVI cuando asegura que la liturgia no es innovación, es repetición solemne. Lo mismito que el amor entre hombre y mujer. Originalidad no es novedad, es ir al origen de las cosas y cuando se da con el origen de algo parece más nuevo cuanto más se repite.

Es él para mí, yo para él. Supongo que una sentencia tan sencilla es lo que no pueden entender ni los varones incapaces de comprometerse que contemplan a la mujer como un objeto ni las feministas que sólo conciben el amor como una lucha de poder. La teología cristiana sobre el amor humano fue resumida por Juan Pablo II en dos palabras. Sumisión recíproca. La teoría cristiana sobre el amor sexual no apuesta, ni por la sumisión del hombre ni por la de la mujer, pero tampoco por la libertad de ambos: no, consiste en el libre holocausto de la entrega, la donación de sí mismo, al otro. La solución cristiana no es la de la independencia, sino la sumisión mutua: el hombre sólo debe preocuparse de pertenecer a la mujer a la que se ha entregado y la mujer lo mismo: pertenece al hombre. No, el llamado feminismo cristiano -y el machismo lo mismo, lo doy por sobreentendido- no es posible: una contradicción in terminis.

Finalmente: Para toda la vida. En efecto, el compromiso temporal es como los regalos con retorno: nadie los quiere.

Eulogio López

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