Sr. Director:
Después de leer la amistosa crítica que haces a la Asociación Cruz de San Andrés para intentar salvar por los pelos el término liberalismo "al menos en economía", varios "jocundos" amigos tradicionalistas hemos pensado que sería conveniente salir al paso para animarte a que deseche, también en economía, ese término que da nombre a una de las ideologías más perniciosas de la historia.

El liberalismo es el naturalismo en política. Un conjunto de errores que desliga al hombre no solo de lo Transcendente, sino de su mismo prójimo y de sus propios compromisos (sus votos) que son -como todo chestertoniano de pro sabe- los que le permiten ejercer la libertad. Porque al final el liberalismo endiosa tanto a la libertad que no la usa. Si dices además que el liberalismo es "doctrina ñoña, fofa y contradictoria"... ¿cómo es posible que extraiga de ahí algo bueno ni siquiera "en economía" Eso de "liberal solo en economía" me suena a aquello de católico de cintura para arriba. Es precisamente el liberalismo quien justifica esos compartimentos estancos en la vida que para un cristiano no debieran ser posibles. Hay que ser de una pieza. Y si la economía es un barco que navega entre la política, la filosofía y la moral sólo llegará a buen puerto haciendo caso de una única brújula.

Centra su argumento en el concepto de propiedad privada y afirma que Adam Smith -un ideólogo al fin y al cabo- "defiende exactamente lo mismo que la Doctrina Social de la Iglesia: la propiedad privada". Para empezar creo que no es bueno para la gran DSI reducirla a un concepto tan limitado. Por otra parte, si fuera verdad que el señor Smith dice lo mismo que el Papa... ¿por qué no olvidarse del señor Smith

El quid de la cuestión está en superar el debate público-privado. O sea, liberalismo-socialismo. Y en este caso superar quiere decir enlazar con esa Tradición política y económica de los pueblos cristianos que, mucho antes del liberalismo, ya habían puesto en su sitio el concepto de propiedad privada. Porque nunca la negaron, sino que la limitaron. Pero no a base de repartirla como se hace con un botín, sino compartiéndola como hacen los buenos hermanos. Esa es la economía que surge del Evangelio, la de los primeros cristianos. La de aquellos que "lo tenían todo en común".

Javier Garisoain