• El actual pontífice se ha empeñado en continuar la estela de Juan Pablo II, el hombre que embridó a ese caballo desbocado que era la Iglesia del postconcilio.
  • Las últimas herejías ya fueron combatidas por Wojtyla: la labor de Ratzinger se ha volcado con los propios católicos: con la fidelidad de los católicos. Juan Pablo II lanzaba los corazones, Benedicto XVI ordena las cabezas.
  • Parecería como si el Papa alemán tuviera como prioridad preparar a los cristianos para el cambio. Más que de fe y de esperanza, Benedicto XVI habla de caridad. 
  • Al parecer, es consciente de que el legado de Juan Pablo II hubiera dejado claro lo que cada cual tiene que hacer. Su sucesor se dedica a animar a hacerlo.

En abril de 2005 el cardenal Joseph Ratzinger entró en el cónclave Papa y salió Papa. Una especie de consenso positivo -no como los consensos de los especuladores financieros- decidió que el prefecto de la doctrina, es decir, guardián, no de la ortodoxia sino del Magisterio, primer colaborador de Juan Pablo II... debía suceder a Juan Pablo II.

El actual Papa se ha empeñado en seguir las huellas del anterior. Wojtyla aclaró toda la confusión de la Iglesia postconciliar, que parecía una caballo desbocado o un guiragay. Aclaro la doctrina y resembró la fe y la esperanza mientras que Ratzinger se ha empeñado en hablar de caridad, algo así como pasar de la doctrina y de los hechos. Es como si ambos, embutidos del sentimiento inequívoco de un mundo que se acerca al fin de un ciclo, ya hubiera recibido todos los avisos que pueden dársele acerca de dónde está el bien y dónde el mal, las dos opciones donde cada cual debe escoger. Tras Juan Pablo II, nadie puede alegar ignorancia.

Dicho de otra forma, las últimas herejías ya fueron combatidas por Wojtyla: la labor de Ratzinger se ha volcado con los propios católicos: con la fidelidad de los católicos. Eso sí: Juan Pablo II lanzaba los corazones, Benedicto XVI ordena las cabezas. El primero se dedicó a la fe y a la esperanza; el segundo directamente a la caridad. El polaco incitó al mundo entero a seguir a Cristo; el alemán prefiere animar a los católicos a imitar a Cristo, como si el final cada vez estuviera más próximo.

Parecería como si el papa alemán tuviera como prioridad preparar a los cristianos para el cambio que se avecina.

Y estas directrices afectan a todos los órdenes, empezando por el Gobierno de la Iglesia y siguiendo por la actitud del Vaticano ante la Guerra, la crisis económica o el derecho a la vida. El cuerpo doctrinal desarrollado por Juan Pablo II y Benedicto XVI ha alcanzado la cima histórica. Ahora sólo hay que aplicarlo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com