El día del SIDA ha servido para que la ministra de Sanidad del Gobierno Zapatero, Elena Salgado, alcance por méritos propios la condición de papable. El hecho de que en el Día mundial del SIDA, doña Elena se haya dedicado a hablar de los curas no debe interpretarse como una obsesión con la Iglesia Católica, sino como una agradable muestra del espíritu pedagógico de doña Elena, quien ha asumido el duro papel de desasnar a la Curia.

Así, doña Elena, ¡qué trabajos nos manda el Señor!- se ha visto obligada a denunciar que los obispos influyen en ideas erróneas sobre el VIH. Salgado, ¡ay dolor!, afirma que los obispos reducen su mensaje a la abstinencia y la fidelidad a la pareja: Esto no es suficiente y la Iglesia debería saberlo.

¿Lo sabe la Iglesia? ¿Lo sabe alguien? Porque así, a primera vista, uno diría que la infección de SIDA por vía sexual (casi 8 de cada 10, según los expertos) no es posible si hay abstinencia, es decir, si no hay sexo. Esto parecería muy claro, pero, al parecer, la ministra Salgado no está muy por la labor.

Tras la abstinencia, el consejo de la Iglesia es la fidelidad a la pareja. También aquí lo tenía yo muy claro, hasta que doña Elena, toda una experta, ha venido a sembrar la duda en mi coranzoncito. La verdad es que no se explica por qué no es suficiente, pero supongo que es el mismo razonamiento del que hablamos en Hispanidad días atrás, expuesto por el diario gratuito Metro que, como todo el mundo sabe, es una autoridad mundial en la materia: la fidelidad no basta porque si luego el marido se va de putas (palabra que la argumentación era ésta, se lo juro) pues entonces puede contagiarse y contagiar a su media naranja.

Y a cada uno lo suyo : ahí si tendría toda la razón doña Elena, la misma razón, más que un santo, del gratuito Metro : la fidelidad sólo evita el SIDA en el caso de que se trate de una fidelidad fiel.

Pero sigamos, porque la demencia es contagiosa. Lo que quiere decir doña Elena es lo mismo que en su momento expresara su jefa, la vicepresidente primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, quien tuvo la delicadeza de de tergiversar a Juan Pablo II, ya en su lecho de muerte, afirmando que el Papa cerraba los ojos a lo que pasaba en África. Precisamente África, por donde sangra el corazón de doña Teresa, que no ha dedicado al continente negro otras palabras que ésas: las que servían para golpear a un agonizante Juan Pablo II. Y es que doña Teresa es muy sensible.

Pero la guinda la ha puesto, como no podía ser de otra manera, el gran Zerolo. Don Pedro, a quien sólo la envidia ha impedido llegar a la academia de Ciencias Morales y Políticas ha censurado a la Iglesia por oponerse a las gomas, y ha denunciado con arrojo y valentía que tal actitud pone en peligro la vida de millones de seres humanos, lo que demuestra que don Pedro tiene una gran confianza en la influencia eclesial. No ha especificado el número de personas puestas en peligro por el Vaticano, pero fuentes de toda solvencia aseguran que la cifra ronda los 6.000 millones

Volviendo a África, tanto doña Elena como doña Teresa parten de la idea, un pelín racista, de que los negros son semianimales incapaces de guardar la compostura, y dados al refocile permanente con todas y todos. Y la Iglesia esa institución cruel con los afectados es, cosas de la vida, la que acoge a los que sufren la enfermedad. Un poner: los obispos no recomiendan el condoncito, lo que irrita profundamente a doña Elena Salgado, pero cuando un sidótico madrileño es abandonado hasta por sus familiares se va a morir al mortuorio de las Misioneras de la Caridad, ubicado justo al lado de las obras de la M-30, del señor Ruiz Gallardón (No, el alcalde no atiende a los afectados, su cometido consiste en rodear de zanjas el edificio de las calcutas).

Y es que la Iglesia es de lo más cruel con los afectados por la pandemia. Promueve la abstinencia y la fidelidad, como si eso fuera suficiente en un mundo en el que fidelidad matrimonial es una clara muestra de obsolescencia y espíritu reaccionario. Propone el condón como alternativa ante un público presuntamente promiscuo es como ofrecer navajas a un público presuntamente incapaz de sustraerse al robo con armas de fuego. Y doña Elena debería saberlo.

Luego está el pequeño detalle de la relación entre homosexualidad y SIDA, que, naturalmente, no está comprobado científicamente. El hecho de que el SIDA se dispare entre los homosexuales no es culpa de la homosexualidad, sino del SIDA, que tiene muy mala leche. La homosexualidad es una libérrima opción, de raigambre pluralista. Por ejemplo, doña Elena y doña Teresa están muy contentas porque el Tribunal Constitucional sudafricano acaba de dar un año al Parlamento para legislar el matrimonio gay. Precisamente Sudáfrica, uno de los países del mundo, donde la enfermedad ha conseguido más éxito. Y la medida es muy lógica, digna de haber sido inventada por doña Elena y doña Teresa: si estás casado no coges el SIDA, aunque practiques la relación anal, eje del matrimonio homosexual. Y esto porque se trata de un matrimonio democrático, y el síndrome será todo lo canalla que ustedes quieran, pero no es un reaccionario, y respetará aquello que ha sido aprobado por sus Señorías y bendecido por un juez. Faltaría más.

Esto de que los jueces ordenen a los legisladores qué es lo que tienen que legislar es una práctica de lo más moderna. Es más, últimamente los jueces constituyen el colectivo más demente de toda la humanidad: le dicen al Gobierno, al parlamento, a la policía, a los gobiernos extranjeros, a las confesiones religiosas, a las familias y a la humanidad en su conjunto, qué pueden hacer y qué no. Y ni tan siquiera, fíjense ustedes, necesitan de leyes para decidir Sé que algún cavernícola alegará que este poder creciente de los jueces es radicalmente antidemocrático, por la pequeña fruslería de que los tales no son elegidos por el pueblo ni su función es la de elaborar leyes, pero se trata de un argumento claramente fascista.

En el entretanto, la abstinencia no sirve para evitar el SIDA; la fidelidad tampoco. Lo único que sirve es el condón, pero no se sabe por qué, los curas se niegan a bendecir esta obra de caridad con el prójimo. Como esto siga sí, vamos a tener que volver a quemar iglesias. Eso sí, democráticamente, con orden judicial.

Pero se pongan como se pongan los antiguos, doña Elena ya es papable, y doña Teresa, canonizablepor lo menos.

Eulogio López