Si amas mucho la teoría de la conspiración te vuelves paranoico, enfermedad personal y social de honda raigambre.

Una llamada de Asociación por la Verdad sobre el 11 de septiembre nos asegura que todo fue un montaje. La verdad es que, si así fue, se trató de un montaje muy bueno. El problema es que no vivimos en la era de las conspiraciones, sino de los consensos. No triunfa el que prepara la revolución sino el que sabe acomodarse a la marea dominante. Personalmente a mí me gustaba más el estilo conspirativo pero es porque soy un nostálgico. Pero seamos francos: el 11-S existió, el autor fue el tal Ben Laden y el odio del fanatismo islámico a Occidente cristiano.

A partir de ahí, puede ser que verdugos y víctimas hayan manipulado los hechos en su interés, pero eso no es una conspiración, eso es aprovechar la irresistible fuerza de lo políticamente correcto (del consenso) en la actual sociedad de la información.

Porque el problema de los conspiranoides es que acaban paranoides, es decir, chiflados. ¿En qué consiste la demencia? En la imposibilidad para contemplar la realidad como es.

No se les oculta que para observar la realidad como es hay que creer que existe la realidad más allá de nuestras percepciones. De otra forma, nos volvemos todos locos. No es casualidad -la casualidad no existe- sino coincidencia, que el relativismo cree tantos conspiranoides. Lógico, si la verdad no existe, la realidad tampoco y, por tanto, cualquier teoría conspirativa encuentra eco, según el viejo principio del irlandés llamado a juicio y a quien el fiscal acusaba de asesinato, aduciendo que tenía dos testigos que le habían visto matar a la víctima, a lo que el irlandés respondió que le podría prestar miles de testigos que no le habían visto matarla.

Eulogio López

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