El dolor producido por el caso del presunto pederasta Antonio Ortiz provoca que el personal diga muchas tonterías. Por ejemplo los hay que piden la castración química del susodicho. Como si eso fuera a consolar a las víctimas.

Javier Urra (en la imagen) asegura que sólo se trata de una pastillita. Ahora bien, si castramos a un pedófilo, ¿por qué no cortarle la mano al ladrón Y ya puestos, ¿por qué no le cortamos la lengua a quien hace apología del terrorismo ¿Y el corazón al cruel

Castrar al pederasta de Madrid es lo mismo que torturar o mutilar a cualquier convicto.

Estamos confundiendo la conciencia del hombre, su alma, con su cuerpo, a través del cual ejecuta sus barbaridades. Para eso, lo mejor sería volver a la pena de muerte. Por eso, porque muerto el perro se acabó la rabia. Pero la justicia es otra cosa. Incluso la débil justicia de la que es capaz el hombre.

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