Sexo libre no, sexo obligatorio, gritaban las feministas feas, aunque probablemente haya escrito una redundancia. No sé si han tenido mucho éxito porque ZP, el feminista, aún no se ha atrevido con una ley que obligue a yacer con las feas, aunque en nombre de la solidaridad con los débiles, todo es posible.

Sin embargo, en esa línea progresía, que empieza pidiendo libertad, luego gratuidad y finalmente obligatoriedad, sí se están consiguiendo logros importantes en materia de aborto, no sólo libre, sino obligatorio.

La cosa empezó con el titular de Justicia, Francisco Caamaño (recuerden que sólo hay algo más tonto que un obrero de derechas: un varón feminista): Naturalmente, Caamaño es un feministo de tomo y lomo, partidario de cargarse la objeción de conciencia del personal sanitario. O sea, obligarles a matar niños por narices.

No pudieron cargarse la objeción de conciencia porque los médicos se les podrían cabrear un tanto y las enfermeras también. Esto de salvar vidas tiene poco que ver con cargárselas. Sin embargo sí lograron cargarse la patria potestad de los padres, por lo que las niñas de 16 años pueden abortar sin encomendarse nadie.

Pero a Caamaño se le quedó colgando lo de la objeción: y ahora La Razón nos informa, en una espléndida información de Sergio Alonso, que los hospitales que objeten tendrán que correr con el pago de la operación en los hospitales no objetores y aniquiladores. Con esto se abre la veda a que la panda de cabrones que dirigen el negocio de la muerte, feministos incluidos, se dediquen a cagarle gastos a quien defiende la vida.

Es el estilo Bibiana.

Insisto, la progresía siempre sigue el mismo periplo: primero exige aborto libre (o postcoitales libres, o libre experimentación con embriones u homomonio libre), a continuación exige gratuidad, que los demás paguemos sus desafueros, finalmente, dan el paso a la obligatoriedad.

Ojo, esto no es ajeno a la libertad de expresión. Porque en el tercer escalón, el de la obligatoriedad, no sólo implica el homicidio de los defensores sino la censura, sanción o prisión para quienes se atrevan a discrepar: ejemplo, las normas que comienzan a pulular por el mundo -ejemplo, Brasil- donde puedes ser condenado por criticar la homosexualidad, es decir, por homófobo. Y así, en nombre de la libertad nos aproximamos al totalitarismo, siguiendo aquel viejo dicho de que el progreso termine con la civilización.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com