Ambientado en las montañas de Carolina del Sur, a finales de la década de los años 20 del pasado siglo XX, en plena Gran Depresión americana, Serena narra la tormentosa historia de amor que viven  George y Serena Pemberton, una enamorada pareja de recién casados que empiezan a levantar, en esa zona del mundo, un imperio maderero.

Serena pronto se distingue como la perfecta compañera en ese escenario tan hostil: una mujer fuerte capaz de enfrentarse a cuantos retos se le ponen por delante: desde cazar serpientes de cascabel hasta salvar la vida de un hombre. Todo parece idílico en ese atractivo matrimonio, hasta que Serena se entera del gran secreto personal que esconde George que llegará a obsesionarla.

Dentro de este retrato de una Lady Macbeth actual, Serena es una tragedia que desarrolla  en imágenes  asuntos universales y emociones como el amor posesivo,  la codicia y la ambición, todo ello trasladando a la gran pantalla un best seller del novelista y poeta estadounidense Ron Rash.

Con este argumento, Serena poseía  las bazas para ser una película memorable. No sólo por contar detrás de la cámara con la excelente directora danesa Susanne Bier  a quien le debemos dramas humanos tan magníficos como Hermanos, Después de la Boda o En un mundo mejor (película que obtuvo, merecidamente, el Oscar al mejor filme de habla no inglesa en el 2011) sino porque la pareja protagonista estaba encarnada por dos actores de moda: la joven estrella Jennifer Lawrence acompañada de su buen amigo Bradley Cooper (ambos trabajaron juntos en El lado bueno de las cosas y en La gran estafa americana). Pues bien, la película, a pesar de esos  profesionales y de su cuidada ambientación, es fría, nunca despega, decepciona y sólo, en breves momentos, logra transmitir cierto interés por los avatares que le suceden a la pareja protagonista. Susanne Bier que en sus películas anteriores, mucho más modestas de presupuesto, siempre demostró una sensibilidad especial en la narración de historias humanas y en la dirección de actores, no sabe conducir Serena a buen puerto.

Para: Los admiradores de la directora Susanne Bier