El mundo empresarial esperaba que el fallo sobre la masacre serviría para un acuerdo de mínimos entre PP y PSOE, pero ZP ha preferido mantener el social-nacionalismo. Rajoy abandona a los conspiradores pero recuerda que aún no conocemos al autor intelectual del crimen colectivo. Lo más referido en la City: el contraste entre una sentencia que alega falta de pruebas para condenar y un presidente del Gobierno que felicita a los fiscales y policías que no han sabido encontrar esas pruebas. Las víctimas, de una y otra sensibilidad, braman contra el fallo judicial

El diario Público –quién mejor-, en su edición del jueves 1 de noviembre, resume en su titular de portada la estrategia de Rodríguez Zapatero tras la esperada sentencia del 11-M: "Los asesinos condenados… y la conspiración hundida". Y por si no había quedado claro: "El juez Gómez Bermúdez desmonta una a una las mentiras que alentó el PP".

Lo comentaba, la tarde del miércoles, a sus colaboradores uno de los más importantes banqueros españoles: "Han perdido otra oportunidad de oro". En la City madrileña, así como entre las clases empresariales catalana y vasca –precisamente donde cunde el nacionalismo más agresivo- se postula desde hace un año un pacto de Estado entre los dos grandes partidos: "Bastaría un acuerdo sobre tres, cuatro puntos, las cuestiones básicas, porque de ahí surgen todos los problemas", clama a Hispanidad uno de los más reconocidos empresarios catalanes –y catalanista, que conste-.

Pero no. De hecho, lo que más ha llamado la atención al empresariado es la actitud de Rodríguez Zapatero, quien, nada más terminar la lectura de la sentencia, felicitaba a jueces, fiscales y policías por el trabajo realizado, mientras el propio presidente del Tribunal, Gómez Bermúdez, explicaba una de las claves del caso: no han podido condenar más porque no hay pruebas suficientes. ¿Cómo se puede felicitar a unos jueces y a unos policías que han sido incapaces de encontrar las pruebas incriminatorias necesarias para los acusados a los que han sentado en el banquillo, ocho de los cuales han sido  absueltos, entre ellos el considerado el cerebro de toda la masacre, Rabai Osman, el Egipcio? Lo menos que puede decirse del juez instructor, de la fiscal y de los investigadores, es que son un desastre.

De hecho, las víctimas, tanto las proclives al PP como las filo-socialistas, están enfadadas con la sentencia del tribunal presidido por Gómez Bermúdez. La asociación de Pilar Manjón recurrirá la sentencia, mientras en la AVT se habla de pitorreo. Lo cierto es que, tras las conclusiones, sabemos que no fue ETA (y que la teoría de la conspiración, de los periodistas Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez, suponía deformar la realidad) pero no sabemos quién fue, quién ordeno el crimen colectivo. Nadie puede sentirse satisfecho salvo los que, haciendo de la necesidad, virtud, prefieren sentirse así.

En cualquier caso, mientras ZP intentaba pasar página, el presidente del PP, Mariano Rajoy, se desmarcaba de la conspiración pero recordaba que seguimos desconociendo al autor intelectual del atentado. En este punto, lo único que se le puede reprochar a don Mariano es no haber adoptado esta postura mucho antes y haberse dejado llevar por el diario El Mundo y por un locutor.

Pero, en cualquier caso, el presidente del Gobierno ha preferido mantener la alianza social-nacionalista para aislar al Partido Popular, como estrategia básica para ganar las próximas elecciones. Sabedor de que ninguno de los dos partidos puede ganar si no es por la mínima, y que el vencedor necesitará apoyos nacionalistas, ZP se niega a firmar un pacto de Estado con el PP y prefiere mantener las alianzas con los partidos nacionalista en lugar de buscar el acuerdo que le reclama el mundo económico. El pacto de Estado entre PP y PSOE tendrá que esperar.   Para terminar, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, y el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, certificaron la crispación electoral de la dos españas. Especialmente Blanco, quien jugó con el concepto de "autor intelectual" para  retrotraernos al periodo 11-14 de marzo de 2004 y acusar al adversario político de jugar con el crimen colectivo. Y mientras el ministro del Interior Rubalcaba exigía a Rajoy que reconociera que no habia sido ETA, el cuadro de la discordia lo completaba el portavoz popular Eduardo Zaplana, quien exigió al presidente Zapatero que  reconociera que el origen del 11-M no era Iraq. De las víctimas no hablaron ni socialistas ni populares.
Estamos en la guerra civil fría.