Sínodo de obispos, para octubre. La idea fuerza es la nueva evangelización y sí, hablamos de nueva, porque ha fallado la antigua.

Juan Pablo II afirmaba que el problema actual es que no sabían trasmitir sus valores. Por tanto, difícilmente puede evangelizar. Su razonamiento era el siguiente: no hay que asustarse porque el mal cunda en el mundo. Eso ha ocurrido siempre. Lo que llama la atención del mundo actual -decía este sutil analista polaco- es la incapacidad de una generación para trasmitir a otra los valores en los que cree. Por eso resulta difícil la evangelización que antes surgía de forma natural.

Así que éste es mi consejo para los obispos (sí, ya lo sé, no soy nadie para dar consejos a los obispos): que actúen con sensación de urgencia, como si no quedara tiempo, aunque quede todo el tiempo del mundo, alternativa sobre la que no puedo pronunciarme.

No traten de congraciarse con el mundo porque lo que menos desea el mundo actual es congraciarse con ustedes. La conversión del hombre actual comienza en la ignorancia de Dios, en el vacío. Luego, viene el doloroso encuentro con Cristo, un encuentro que, en contra de lo que dicen algunos textos sinodales, no lleva a la conversión sino al odio a Dios. La criatura ya no está en la ignorancia y ahora exhala un grito, probablemente una blasfemia. Antes no conocía Cristo, ahora le odia, porque Cristo siempre es muy meticón e interpela, regaña y exige.

La actitud del converso en ese momento es: ¿quién se ha creído que es? Pero, naturalmente, el interesado no va a reconocer que le está diciendo que no a Dios, así que prefiere revolverse contra el obispo o contra el Papa, con una retahíla de insultos capaz de estirar los pelos a un calvo.

Pero Dios no suelta la pieza. Continúa acosándola. Es entonces cuando se produce la gran decisión, cuando la criatura lo tiene claro. Chesterton lo explicaba así: ahora las cosas ya están claras, entre la luz y la oscuridad. Y cada cual debe elegir. Y naturalmente puede elegir convertirse en un contradiós. Pero entonces ya es consciente de lo que ha hecho, ya ha elegido.

En todo ese capítulo, con respeto filial, señores obispos, ustedes sólo deben temer a algo: al miedo. Vamos, que no deben callar ni debajo del agua, que deben dar escándalo de continuo, metiéndose donde deben y donde no deben. Si no provocan ustedes el sarcasmo facilón de La Sexta es que no lo están haciendo bien.

Deben ustedes de acompañar ese proceso de conversión, de cada ser humano y de la sociedad entera. Deben ser ustedes, lo que en mi Asturias natal, siempre tan mal hablados, llamamos cojonera.

Porque el tiempo del silencio ya pasó y ahora estamos en el tiempo del juicio.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com