Fue tremendo. El jueves 25 por la tarde, en el ambiente burocrático y frío de Bruselas. El presidente del Gobierno español, José María Aznar, entraba en la macro sala donde se celebraba el Consejo Europeo. Pues bien, sólo el primer ministro polaco se acercó a saludarle. Tony Blair intenta ganarse la confianza del dúo que rige la Unión Europea: el alemán Gerhard Schröder y el francés Jacques Chirac. Berlusconi considera que Aznar pertenece al pasado, y todos los demás tratan de no enfadar a Chirac y Schröder.

Es muy probable que con el triunfo de Rodríguez Zapatero en España, quien no ha dudado en prestar sumisión a franceses y alemanes sin exigir nada a cambio, la Constitución Europea se apruebe en un lapso muy breve. Se aprobará sin mención alguna a sus orígenes y tampoco será un texto constitucional clásico. Dicho de otra forma, el elenco de derechos, pieza clave de toda la Constitución, está sesgado por el patrón de moda en Naciones Unidas y la progresía internacional: el derecho a la vida se entiende desde el nacimiento, no antes, es decir, no desde la concepción. Ninguna mención al Cristianismo, creador de Europa y, naturalmente, que de eso se trataba, sumisión de todo un continente a las directrices y al poder de voto de París y Berlín. Que quede claro quién manda, cómo manda y para qué manda. Todo hecho a imagen y semejanza del autor de la Constitución europea: el masoncete Giscard d'Estaing.

La verdad es que al renunciar al Tratado de Niza, Zapatero condena a España a jugar un papel segundo y vicario de franceses y alemanes, que todos tendremos tiempo de sufrir. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que estamos haciendo una Europa progresista y la están haciendo dos personajes que proceden de los dos espectros políticos que han vivido enfrentados durante un siglo, y a los que el progresismo ha unido con lazos matrimoniables indisolubles. Schröder procede de la izquierda espartaquista alemana; Chirac del gaullismo chauvinista y patriotero. La socialdemocracia alemana se aproximó mucho al comunismo, De Gaulle proponía un nacionalismo tan feroz que ni Mussolini hubiera puesto demasiados reparos a importarlo. Luego, en la postguerra mundial, Alemania creó el Estado del Bienestar más generoso y más insostenible de Europa. Francia, la sociedad más vaga de todo el continente; ambos, el consumismo más obsesivo. Pero, eso sí, ambos están dispuestos a echar por tierra todo vestigio de trascendencia, el derecho a la vida y hasta el concepto mismo de justicia social, concepto éste que ya ni se menciona, so pena de quedar como un antiguo. Y ambos, Schröder y Chirac, sienten la misma inclinación anticlerical, de corte prusiano-evangelista el primero; de raíz ilustrada el segundo.

España no deja de ser una especie de maqueta de la Europa franco-germana. Por ejemplo, en materia de familia y vida, claves de la moral pública y de los derechos humanos en la sociedad actual, apenas existen diferencias entre el PP y el PSOE: la única diferencia es que lo que el PSOE postula con desfachatez, el PP lo acepta con rubor vergonzante. El PP promete "uniones civiles", mientras el PSOE habla, a lo bestia, de matrimonios gay. Pero es lo mismo.

Así que el verdadero dilema ideológico se sitúa en Europa, no entre la izquierda y la derecha políticas, sino entre el derecho a la vida y el progresismo social, o entre una visión trascendente de la existencia y otra que considera a los políticos como unos buenos gestores que deben administrar nuestros dineros con eficiencia. 

Señores: no me gusta cómo huele la orina del enfermo europeo. 

                                                Eulogio López