Sr. Director:



Escribo a su periódico para desahogarme ante la indignación que suscitó en mí la intervención de Javier Sardá, ex presentador de aquella ruina moral llamada "Crónicas Marcianas" en el hormiguero.

 

El coqueto Sardá ha envejecido muy mal. Tiene cincuenta y cuatro años, pero las arrugas gestuales que surcan su cara de forma transversal, le hacen parecer más decadente y decrépito de lo que está.

Ha perdido toda frescura, toda inocencia si algún día la tuvo. El ataque de celos que le entró con Pablo Motos fue mezquino y ridículo. Se cargó el programa, y todo porque el presentador, una versión de él con algunos años menos y algo más de elegancia, se permitió tomarse a risa las interesantes confesiones que en su libro "Mierda de Infancia".

Sardá escribía sobre los pedos que se tiraba su abuelastra postiza, un tema muy edificante, y al ex presentador no le gustaban que hicieran befa sobre ellos. "Este es un libro, serio, duro, dramático…  ¿A que me lo llevo y me voy y te dejo sin programa?

Necesitaba Sardá un poco de jaleillo, la ocasión de pontificar, y no estaba de humor, destrozado en su ego por la capitanía con mando en plaza de Motos. Él es un hombre trascendente para quien se queda corto lo de hablar de las flatulencias familiares, por mucho que escriba de ellas.

Pablo Motos, en un ataque de misericordia, le brindó la oportunidad de 'lucirse un poco' al pedirle que comentara el tema del Obispo de Alcalá.

Sardá, como si estuviera predicando desde un púlpito, empezó a calentarse, y acabó hablando de la píldora del día después, "y que se la den a las niñas con facilidad en las farmacias, porque les da mucha vergüenza pedírselas al médico".

Vergüenza es lo que debería de tener él, en lugar de defender la utilización de un método abortivo con terribles efectos secundarios cuya utilización casi como método contraceptivo está perjudicando seriamente la salud de muchas adolescentes y la propagación de diversas enfermedades venéreas.

Francisca Martínez