Poco después de cerrarse la última edición de Hispanidad, el viernes 19, moría en Madrid Santos Ibáñez. Como era un hombre de la comunicación llevó hasta el final una discreción monacal acerca de su enfermedad. Pocos se enteraron de su sustitución, entre otras cosas porque él hizo muy poco porque otros se enteraran.

Santos fue uno de los pioneros de un fenómeno aún no del todo reconocido ni en la economía española. Es lo que se llama la transición económica, que siguió a la transición política, que no fue otra cosa que la llegada de la transparencia al secretísimo mundo de la banca, y desde la banca a toda la empresa española. Presionaba una sociedad con ansias de conocer lo que hacían los poderosos de la economía más aún que los de la política, pero sobre todo presionaba el sentido común, una fuerza formidable por la que la inmensa mayoría de los mortales, con excepción de los locos, consideran que quien nada tiene que esconder es porque no se avergüenza de sus actos y que quien actúa honradamente, opera a la luz del sol, no en las tinieblas.

Santos Ibáñez era, por tanto, lo que hoy llamaríamos un dircom, denominación hortera de lo que siempre se llamó jefe de prensa. Una figura que tenía que convertirse, por lógica, en la idea clave de una sociedad llamada de la información. Pues bien, un grupo de pioneros, especialmente Santos Ibáñez y Luis Abril (Banco de Vizcaya), Antonio López (Banco de Bilbao) y Fernando Soto (Banco Popular) consiguieron introducir a la banca en la era de la transparencia. Hoy, sólo Fernando Soto continúa en su puesto (al menos, en su puesto bancario), y no es casualidad que la jubilación de ellos haya pervertido aquella transparencia: hoy en día, sus sucesores prefieren hablar con editores antes que con periodistas. Dos declaraciones de estos nuevos prebostes dan cuenta de esa perversión: para uno de los más afamados, la exclusiva no es más que una información interesada. Por supuesto que sí, es la respuesta. Lo que importa de una información no es que sea interesada, sino que sea cierta y de interés general. Otro afirma algo más sutil y quizás más cierto : los mejores periodistas se han convertido en dircom, por lo que la información está a buen resguardo.

En definitiva, los dircom de hoy son unos horteras dotados de presupuestos elevadísimos, pero no son directores de comunicación, sólo directores de imagen. Los Santos Ibáñez que comenzaron este proceso, por el contrario, respetaban al periodista, que era, no nos engañemos, su adversario, pero no su esclavo. Resultado : hoy se informa más que nunca y se dan menos claves que nunca. Hoy la transparencia es tan amplia como falaz, los grandes poderes económicos y financieros se han aliado con los editores, en contra de los periodistas sometidos y de las audiencias estafadas.

No sé cuántos estarán dispuestos a otorgárselo, pero los Santos Ibáñez se han convertido en la conciencia de muchos dircom actuales, y pocos quieren saber de ellos y de su estilo. Si hay algo que molesta al canalla no es la crítica de su conducta, sino la simple contemplación de un comportamiento digno.

Fue Santos Ibáñez quien me metió en el periodismo económico, en esa escuela de periodismo que es El Nuevo Lunes. A lo largo de 20 años le he visto actuar en mil cometidos, siempre relacionados con la información, y he descubierto una de las claves de aquellos gestores que ahora llamamos antiguos y que no dejan de ser los de antes de ayer. Seguramente tenían muchos defectos, pero seguían considerando al trabajador como la pieza clave de todo proceso productivo. Para ellos, los hombres eran hombres, no gastos de explotación.

Hasta pronto, querido amigo, que la muerte no es el final, no es sino un cambio de estado que temporalmente te aleja de los tuyos, pero sólo para descubrir que el tiempo no es más que una broma del Creador, que nos mantiene en vilo antes de enseñarnos el eterno amanecer.

Eulogio López