En el Reino Unido de la Gran Bretaña hay toda una campaña para cesar a la ministra de Educación, Ruth Kelly, por dos cuestiones graves: la primera que es católica y la segunda, entrando ya en el terreno de la pura provocación, que es miembro del Opus Dei o, simplemente, opusiana. Todos los que quieren destrozar a la Iglesia, o lo que es peor, conquistarla, suelen alegar que los católicos estamos paranoicos. Si ir más lejos, nuestro nunca bien loado presidente del Gobierno, don José Luis Rodríguez Zapatero, a quien Dios guarde muchos años, lo decía el sábado 5 ante las cámaras de RTVE, que para eso están: los católicos no están perseguidos, pero ni un poquito, en España. Por contra, gozan de la mayor libertad. Incluso, sospecha Zapatero, tienen demasiada libertad, pero a este respecto tuvo el buen gusto de pensarlo y no decirlo. Es más, muchas señoras de edad sintieron en ese momento, sábado 5 de febrero, a las 15:20 horas, que los obispos, esos señores vestidos de negro, exageran un poco. Un chico con ese porte, no puede ser un comecuras. Incluso una de esas señoras, familiar del que suscribe, se confesó así: ¿Y dices que este hombre pretende que los maricas se casen y tengan hijos? Debes estar equivocado. ¡Pobres niños! Zapatero no puede querer eso. Escribo esto el lunes 7 y todavía no he conseguido convencerle de que el proyecto de matrimonio gay va a comenzar su tramitación parlamentaria.

Pero volvamos al Reino Unido... de la Gran Bretaña. Conservador y abortista, todos unidos contra los papistas, han lanzado la duda al aire: ¿No estará la buena de Ruth manipulada como una marioneta por los dictados del pérfido Opus, en particular, y por la pérfida Iglesia romana, en general? Y claro, esto no puede ser. Libertad sí, pero dentro de un orden, dentro del orden de la Iglesia anglicana, que, como es sabido, antes es anglicana que Iglesia.

En un estupendo reportaje que firma Gonzalo Suárez en La Razón (domingo 6) se nos informa que el Ous Dei tiene poco predicamento en Gran Bretaña, con tan sólo 500 miembros, y que la idea que tienen los ingleses del Opus es la de El Código da Vinci, de Dan Brown, que retrata a la Prelatura como una organización criminal plagada de masoquistas y fanáticos. No es de extrañar que el noble pueblo británico se sienta preocupado por una ministra que algo tiene que decir en la investigación con células embrionarias, precisamente en el país que, cuando se cansó de quemar embriones, los ha destinado al matadero científico, que siempre resulta más lúcido y evocador que el horno crematorio, aunque no menos criminal.

Ahora bien, todo esto no es preocupante, lo preocupante es que la propia Kelly se mantiene en esa postura a la defensiva, timorata, tan propia de pocos católicos. Por ejemplo, el cronista confiesa que la ministra de Educación se ha comprometido a aplicar la política del Gobierno Blair: Llevaré mis propias ideas al Consejo de Ministros, pero tengo un compromiso con la doctrina de la responsabilidad colectiva.

Esto de la responsabilidad colectiva es sencillamente genial. El mejor invento de la modernidad progre. Porque, claro, la responsabilidad colectiva no es más que la más absoluta irresponsabilidad individual y colectiva que existe. La responsabilidad de todos no es responsabilidad de nadie, como las libertades colectivas no son sino la suma de libertades individuales, y si no existen éstas, aquéllas se convierten en un mero espejismo.

En finanzas, ocurre algo similar. Usted le da su dinero a la caja de ahorros más cercana, quien a su vez lo invierte en un fondo de inversión, tras mezclar dinero procedente de muchas manos distintas. Luego, todo ese dinero, llamémosle, plural, se concentra en la mano de unos gestores quienes, en pro de la responsabilidad colectiva, invierten en empresas lejanas de las que desconocen hasta su objeto social, porque lo único que les importan es la rentabilidad que ofrecen. Es muy probable que esos gestores se lo hayan entregado a otros gestores que, a su vez, utilicen instrumentos radicados en paraísos fiscales, y utilicen su dinero para financiar el aborto, la venta de armas, la explotación laboral en el Tercer Mundo, etc. Usted recogerá sus réditos y no hará preguntas, entre otras cosa porque el empleado de su sucursal llegará, en el mejor de los casos, hasta el segundo escalón de la cadena. Responsabilidad colectiva, que le dicen.

Pero el asunto, al parecer, es aún más terrible. La Kelly le habría dicho a Tony Blair que nunca aceptaría las carteras de Sanidad o Desarrollo Internacional, puesto que entraría en conflicto con sus ideas sobre aborto y planificación familiar. Es decir, que, por de pronto, ya sabemos (lo sospechábamos, pero no lo sabíamos) a qué dedica el Gobierno británico su ayuda al desarrollo.

Pero, en fin, esta no es la cuestión. La cuestión es que la propia Kelly siente la ineludible necesidad de hacerse perdonar su fe. Por de pronto, no nos queda claro ni es o no es miembro del Opus Dei. Y en verdad que el electorado, aunque sea un electorado tan tonto que se informa en El Código da Vinci, tiene derecho a saberlo. Pero nos quedamos con las ganas. En primer lugar, pide respeto para su vida privada. Y eso está muy mal, porque no satisface la legítima curiosidad del votante. Yo, por ejemplo, desearía preguntarle a José Luis Rodríguez Zapatero si es masón, pero me saldrían con lo de su vida privada.

Finalmente, como los ingleses consideran que la privacidad sólo afecta al sexo, han acorralado a Ruth y ésta ha reconocido, el verbo tiene su importancia, que recibe apoyo espiritual del Opus Dei. No soy un experto en la materia, pero yo juraría que a mí me explicaron los dos tipos de relación que una persona puede tener con la Obra: o miembro o cooperador. La condición de espiritualmente apoyado me era totalmente desconocida. Pero la verdad es que el fundador de la Obra, Sanjosemaría, lo explicaba mucha más claro : En el Opus Dei no se está, se es.

No, mire usted, señora Nelly, lo que debe usted hacer, no ya como miembro apoyado del Opus, sino como católica, es ser fiel a sus principios, por eso que llaman coherencia. Su paisano, Santo Tomás Moro, hizo eso justamente. Y luego, cuando no le hagan caso en el Consejo de Ministros, deberá dar el cante, lo más alto posible, y dimitir. Además, no piense que adoptando esa línea intermedia va a conseguir que dejen de acosarla. Entre otras cosas, porque la línea intermedia no puede ser la de aquel pío católico que se hizo con el puticlub del pueblo, con el aún más pío propósito de cerrar sus puertas en domingo y fiestas de guardar. No se engañe, señora ministra, la responsabilidad colectiva no es más que la dilución más absoluta de toda responsabilidad, y la permanencia de un católico en un Gobierno que atenta contra la vida o contra principios cristianos básicos sólo puede interpretarse como una coartada utilizada por los enemigos de la Iglesia para hacer el agosto a costa suya. O sea, como lo que ocurre en España con el ministro de Defensa, José Bono, ese católico tan sui generis, que no se cansa de manifestar su fe para luego cambiar el credo y darle lecciones al Papa.

Porque si Santo Tomás Moro hubiera alegado responsabilidad colectiva, podría haber mantenido su cabeza, su cargo de canciller, y quien sabe si la admiración de la vigésimo primera esposa de Enrique VIII (bueno, de acuerdo, no tuvo tantas, pero es que no le dio tiempo).

No, verá usted, señora Ruth. Estamos ante una doble batalla con dos enemigos. Por una parte, la Bestia del Mar. Esta es una batalla interna en el seno de la Iglesia, por la que se pretende poner al Papado al servicio del Nuevo Orden Mundial. Por otra aparte, está la Bestia de la Tierra, que es mucho más bestia. La criaturita marina tiene un carácter mucho más civil y utiliza diversas armas, entre ellas la de la responsabilidad colectiva, una forma como otra cualquiera de terminar con la libertad individual y, por el mismo precio, con la coherencia. Esa Bestia de la Tierra ha lanzado una nueva ética mundial, planetaria, conocida bajo el eufemismo de desarrollo sostenible, y facilitan su trabajo esas actitudes ambiguas de algunos cristianos con miedo a ser confesores de su fe. O sea, los que cierran el puticlub en día de precepto, en lugar de cargarse el puticlub.

Eulogio López