Hoy es San Matías, el discípulo que sustituyó a Judas como duodécimo miembro del Colegio apostólico. Siempre me ha parecido un pasaje muy divertido de los Hechos de los Apóstoles. Había que elegir al sucesor del traidor y lo que hicieron los apóstoles resultó determinante: invocar al Espíritu Santo y, a continuación, no se eligió ni por votación ni por el dedo del jefe, en ese caso el apóstol Pedro. Vamos, que no optaron ni por el método democrático ni por el método jerárquico -dictatorial, si lo prefieren-. Eligieron la tercera vía: el azar.

Se eligió por sorteo. No sé si echarían dados al aire o cogerían dos pajas, una corta y otra larga. El caso es que hubo un sorteo y el puesto -el cargo, si lo prefieren- recayó en Matías y lo perdió José. Nada nos dice el Evangelio de José, pero me temo que respiró hondo. Porque en la Iglesia, los cargos o son cargas o son falsos.

¿Se imaginan que eligiéramos a todos los cargos eclesiásticos -Sumo Pontífice, obispos, párrocos, directores de órdenes religiosas, etc.- por la misma vía

Todos tendrían las mismas posibilidades y la elección se enraizaría en la confianza en la Gracia de Dios, que no es mala virtud para ser exactos, es la virtud más importante de todas. Y como la Iglesia es sana pero sus miembros no tienen por qué serlo, nos evitaríamos que prejuicios, filias y fobias, así como pérfidas intenciones, enlodaran cualquier nombramiento.

Es cierto que alguien debería decidir quiénes son los aspirantes sobre los que decide el azar pero...

Porque en la vida civil se analiza la preparación profesional de los aspirantes -y  así debe ser- pero para ser obispo se necesita santidad, no preparación. Y qué quieren que les diga: ser apóstol es más importante que ser obispo. De hecho, éste es el sucesor de aquél.

Eulogio López

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