"Prepararás al mundo para mi segunda venida". Punto 1502 del diario de Santa Faustina "El juicio humano no logra descubrir los motivos de las acciones".

En 1979 la prensa occidental, experta en colar mosquitos fútiles y tragarse camellos realmente noticiosos, trataba al nuevo Papa polaco con una mezcla de asombro y conmiseración. En el mejor de los casos, lo que decía parecía demasiado bonito como para ser cierto. Además, arrastran sus prejuicios hacia la Iglesia, simplemente porque la Iglesia daba un sentido a la vida y lo políticamente correcto en los medios de masas occidentales es que la vida no tiene sentido alguno, aunque el poder que otorga la influencia mediática sí era una realidad tangible para los señores de la prensa. Tangible y exagerada.

Ahora bien, había otros que se tomaban muy en serio las palabras de Juan Pablo II, el hombre que no disponía de divisiones acorazadas. Se trataba de dos de sus principales enemigos. En Oriente, el leninismo moscovita; en Occidente, la progresía del Nuevo Orden Mundial (NOM, cada vez más volcada en la cultura de la muerte). Y ambos se propusieron exactamente lo mismo: en lugar de destruir a la Iglesia, como el viejo clericalismo lo que querían era controlarla, naturalmente, por el medio de corromper la doctrina. Vamos por partes.

Apenas había trascurrido un año desde la elección de Juan Pablo II como Pontífice romano cuando, el 3 de noviembre de 1979, el Secretariado del Comité Central del Partido Comunista de la URSS se reúne en Moscú bajo la égida de Breznev, que entonces ya contaba 73 años y al que aún le quedaban 3 años de vida. En ese comité figuraban Konstantin Chernenko y Mijail Gorbachov. Aprueban un documento que lleva por título la "decisión de trabajar contra las medidas del Vaticano en relación con los estados socialistas".

Se trataba de vender el concepto de paz, que como era sabido por todos constituía el primer objetivo del quehacer comunista en el mundo. No podían quemar templos, que estaba mal visto, pero sí movilizar a las repúblicas soviéticas más infiltradas por el virus cristiano (Lituania, Ucrania y Bielorrusia, por ejemplo) para crear una religión por la paz, de la que el movimiento PAX sería un ejemplo... como su mismo nombre indica. Asimismo, era vital captar católicos en países con alto porcentaje de creyentes, como Polonia, Hungría o Checoslovaquia, dispuesto a matrimoniar la doctrina católica como las tesis marxistas alrededor del preciado concepto de paz y del de justicia social. Se repetía así la idea-fuerza de Lenin: a los curas fieles al Evangelio hay que liquidarlos, pero a los clérigos laxos hay que mimarlos.



En el documento, se explicaba que el objetivo consistía en  "demostrar que el liderato del nuevo Papa es peligroso para la Iglesia Católica". La fraternal solicitud del Kremlin por la salud de la Iglesia resultaba enternecedora.

Eso sí, por si acaso la batalla teórica no funcionaba, el documento fue trascrito como orden a la KGB, experta en teología, por si la persuasión no bastaba y se hacían necesarias otras medias más recias. ¿Fue en esa reunión donde comenzó a tomar cuerpo la idea de asesinar el Papa, que Ali Agca perpetraría apenas 18 meses después George Weigel, el mejor biógrafo de Juan Pablo II, así lo cree. El secretario del Papa, Stanislaw Dziwisz, no alberga la menor duda sobre ello.

Y, en cualquier caso, como nada hay oculto que no llegue a saberse, dos décadas después, el trasformado Gorvachov, que pasó del comunismo al capitalismo del NOM, que no al cristianismo, se encargaría de testificarlo.

En el entretanto, en Occidente, el enemigo optaba por otra vía aunque con el mismo objetivo: pervertir la doctrina. La punta de lanza fue el derecho a la vida, cómo no. Juan Pablo II se había convertido en estandarte de dos principios innegociables: vida y libertad. Había que destrozarlos y había que hacerlo desde dentro. Si los soviéticos acudían a los católicos 'lapsi' sometidos a su bota, en Estados Unidos surgía el movimiento "pro choice", cuyo estandarte era la sección "católicos por el derecho a decidir"...  decidir cargarse a los niños no nacidos, naturalmente. Se trataba de que Juan Pablo II pareciera a los ojos el mundo como el fustigador de la mujer, a la que prohibía su sacrosanta libertad de cargarse a su hijo en sus propias entrañas.

Ambos movimientos consiguieron sus éxitos. El turco Agca a un paso estuvo de cargarse a Juan Pablo II mientras muchos católicos, y los cristianos en general, aceptaban cobardemente el crimen legal del aborto para no pasar por cavernícolas o simplemente, por fachas.

Lógico. Desde los dos extremos, se sabía que el principal enemigo no era ni el comunismo ni el capitalismo sino el voto de aquel polaco que ponía todas sus mentiras patas arriba. Había que combatirlo desde dentro.   

Como escribía Faustina Kowalska, leninistas y aborteros no lograban descubrir los motivos de la acciones -más bien las palabras- de Juan Pablo II. No comprendían por qué lo hacía pero entendían lo que pretendía y estaban dispuestos a ponerle coto a cualquier precio.