San José (en la imagen) era un noble hebreo descendiente del Rey David. Santos y místicos han admirado su figura, clave para entender la virginidad de Santa María y el plan de Cristo para la redención, durante 2.000 años. Ahora me lo quitan como fiesta de precepto en tantos lugares, con ese seguidismo un poco tontón que los cristianos tenemos sobre los políticos: en España, por ejemplo, los socialistas de Felipe González quitaron la vista civil y los cristianos hemos ido cediendo y prescindiendo del precepto... aunque San José SÍ siga siendo fiesta de precepto. Ya sabes que si quieres cambiar -y de paso destrozar- a un pueblo lo que tienes que hacerle cambiar el calendario. Una nación es, ante todo, un código común de convicciones, religiosas y morales (lo que hoy llamamos, muy 'finamente', principios), que se expresan, antes que nada, en los horarios y en el calendario. Por eso, los revolucionarios franceses, el liberalismo más anticatólico, se apresuró a cambiar, lo primero, el calendario. Mal negocio esto de quitarle los galones a san José.

Porque, además, el padre protector del Dios hecho hombre y de su madre biológica, es una figura de patente actualidad. San José es un modelo de virilidad y no hace falta que les diga que la virilidad está en crisis. Tampoco necesito aclarar -¿verdad que no- que virilidad no significa machismo 'macarra' ni falta de sensibilidad. Pero tampoco es feminismo, algo peor, por más homicida, que el machismo, empeñado en que la virilidad es esa cosa que impide a las mujeres ser libres. 

San José es un ejemplo de virilidad por ser el hombre más discreto que conozco. La virilidad odia el proscenio, aborrece ser el centro de atención. Un varón que se empeña en ser el centro de la fiesta no es más que un afeminado. San José, por contra, que cumplió el papel antedicho -protector de la mujer más egregia que existe y del Dios encarnado- aparece y desaparece en el relato evangélico. Sometido a retos a los que pocos hombres han sido sometidos, sabe actuar y desaparecer.

El judío José constituye además, todo un modelo de virilidad porque la virilidad no busca ni galardones ni consuelo. Es más, otorga consuelo a los demás pero no lo solicita. Un hombre viril se consuela con sus propios principios. Los cristianos, en concreto, nos consolamos a solas, con Dios. La persecución de Herodes, la huida a Egipto, la vuelta a Nazaret, esquivando Judea… nos enseñan que si José no hubiera sido el hombre más viril que ha existido se hubiera formulado la más lógica de las consideraciones: ¿Y este mi hijo adoptivo es Dios omnipotente Porque vivimos en una huida permanente y no de los más poderosos de la tierra, más bien de poderosillos homicidas.

Tercera virtud de la virilidad: la generosidad. San José fue el esposo más amantísimo de su esposa, aunque jamás la conoció. En definitiva, no amaba a Santa María a cambio de algo y eso sólo son capaces de hacerlo los hombres muy hombres.

San José es un ejemplo de virilidad. Y créanme, no andamos sobrados de virilidad en el siglo XXI.

Eulogio López

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