Es la frase del año. No existe el Oscar a la mejor frase cinematográfica, pero debería. Toy Story 3 es una película genial, sin duda la mejor de toda la saga.

Las palabras a las que me refiero las pronuncia el novio de Barbie (no confundir con el juez Santiago Pedraz), dirigida a su amor: ¿Sabes, Barbie? Aquí a nadie se preocupa por la ropa. El resto no se lo cuento, por si no hay visto la cinta pero les prevengo que pueden pasar de la sonrisa a la carcajada en pocos segundos.

Y es cierto, en el universo de Monstruos en los que vive Ken nadie se preocupa por la ropa, sin embargo el universo, presuntamente no de monstruos, en que se desarrolla la vida real, la apariencia es lo que importa, para ellas y cada vez más para ellos. Hay demasiado Ken.

Lo cual me parece grave. Sí grave.

Nos hemos cargado la figura del padre y la más perjudicada ha sido la madre; ahora nos estamos cargando la figura del varón y la más perjudicada es la mujer. No confundo virilidad con aguarrás. Entre otras cosas porque valoro mucho la dulzura: para ser dulce hay que ser muy fuerte. Y sí, creo que, como todo tópico, el calificar a la mujer como sexo débil tiene su parte de verdad. La mujer no es débil porque posea menos fuerza física o menor tamaño. Un lince se puede comer un ciervo aunque sea más pequeño y débil que él. Además, la mujer posee más resistencia, por ejemplo al dolor. No, decimos que la mujer es el sexo débil porque su debilidad consiste en la necesidad constante de la estima ajena. Y, además, estima reconocida. Y esa es una debilidad gloriosa. Del hombre es la fuerza, da la mujer la fortaleza.

Además, a cambio, la mujer ofrece mayor solicitud por los que le rodean (al menos era así hasta la irrupción del feminismo). Como decía un viejo sacerdote que conocí, que a costa de confesionario sabía mucho de matrimonios: Por las malas el hombre siempre pierde; por las buenas, la mujer hace más.

Hablo de todos los aspectos de la vida. Clive Lewis recordaba que una mujer normal hace cosas por los demás hasta un punto que sólo consiguen ejercitar varones muy avanzados en el servicio a Dios.

Por su parte, el hombre no tiene tanta -alguna sí, desde luego- de sentirse estimado. Eso le permite ser fuerte, en el sentido de tomar la iniciativa, de subir el primer peldaño de la caridad (¿Necesito recordar que la caridad no es dar limosna sino entregarse a los demás?). El sexo femenino es receptivo, el masculino emisor. El hombre da el primer paso y la mujer -antes del feminismo, al menos- da muchos más a partir de ese punto.

Es lógico que la mujer esté más pendiente de su aspecto físico, que incluye la vestimenta, que el varón. Es lógico porque necesita sentirse estimada. Hasta aquí nada que ver con la moral. Si es una mujer buena (no es una contradicción in terminis, lo sé de buena tinta) buscará la estima; si se trata de una mujer no tan buena, buscará seducir. La primera busca la entrega de sí, la segunda la posesión del maromo. En esto, poca diferencia hay con el hombre.

Y sí, si un varón vive pendiente de su atuendo es que se está feminizando y acabará lamentando, como el novio de la Barbie, que aquí nadie se preocupa por la ropa.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com