La esperanza de nuestra cultura tiene nombre: la vida humana ha sido el título de la conferencia impartida esta mañana por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, y con la que ha clausurado el curso de verano El inmenso valor de la vida humana que se ha celebrado en Aranjuez, organizado por la Universidad Rey Juan Carlos en colaboración con la Universidad Católica de Valencia.

 

En declaraciones a los medios antes de su intervención, el Cardenal ha resaltado que la esperanza de nuestra cultura tiene un nombre: vida humana. Es una formulación muy bella, pero que encierra problemas muy vivos y que afectan muy profundamente a la realidad de la vida de las comunidades europeas y españolas. Si hablamos de nuestra cultura, nos encontramos con un panorama de problemas de la interpretación de la historia de España, de su cultura, en un momento de mucho pluralismo cultural. Para el Cardenal, una cultura que no fomente la vida, que no la propicie, se suicida a sí misma. Para que haya cultura tiene que haber gentes que la promuevan, que la protagonicen. Por tanto, tiene que haber personas, realidades sociales previas. Además, si una cultura determinada, con sus protagonistas históricos vivos, no promueve y favorece lo que Juan Pablo II llamaba cultura de la vida, sobre todo en España, se niega a sí misma. Desde hace casi dos milenios, el principio de no matarás, de cuidar la vida, ha sido esencial.

Ha reconocido que, así como en otras culturas se pueden encontrar textos de sacrificios humanos, en los lugares de cultura cristiana esto no existe, no se ha dado nunca. En España se han dado muchas señales y muchas muestras de una cultura que siempre ha defendido el principio de la vida, porque defendía el principio evangélico del amor -entre el amor y la vida hay una estrechísima relación, no física y psicológica, sino también espiritual-. Y si España ha vivido la mayor parte de su historia, al menos, con un proyecto y un ideal de vida marcado por el Evangelio, pues su moral y la moral de las personas, de su matrimonio, de sus familias estaba inspirada en el Evangelio, en el mandamiento del amor, en el principio de favorecer y hacer viable, bella y hermosa la vida en la medida en que no favorece ese aspecto a fondo, la cultura de la vida se pierde.

La cultura española se fraguó con el cristianismo.

Ya en su conferencia, el Cardenal ha recordado que la cultura de España se fraguó con el cristianismo vivido en el seno de la Iglesia Católica sin interrupción alguna por lo menos hasta el siglo XVIII. Pero en la España del último tercio del siglo XX ha granado un proyecto cultural en torno a proyectos éticos-prepolíticos y ético-jurídicos de innegable raíz cristiana, propuestos, propugnados y compartidos también por extensos sectores del mundo laico español no radical, como el principio antropológico de la dignidad inviolable de la persona humana, fundada según la concepción cristiana en su vocación de criatura e hija de Dios; con sus implicaciones y consecuencias prácticas de enorme trascendencia histórica, concretadas en el postulado ético-jurídico y pre-político de sus derechos fundamentales innatos, iguales para el varón y la mujer, en el principio del bien común y en el de la subsidiariedad con sus exigencias indispensables respecto al carácter igualmente ético-jurídico y pre-político de las instituciones básicas para el bien de las personas y de la sociedad como son el verdadero matrimonio entre varón y mujer y la verdadera familia nacida de él.

Para el Cardenal, esta forma histórica del proyecto cultural español contemporáneo se apoya además en la historia objetiva de los bienes culturales heredados y conservados, provenientes en su casi totalidad del pasado cristiano. El patrimonio intelectual, literario y artístico de España que comprende sus tradiciones, usos y estilos de vida populares, se halla inequívocamente marcado hasta el día de hoy por las experiencias fundamentales de la fe y de la vida cristiana que han configurado la historia individual y colectiva de los españoles.

Hacer resonar el Evangelio de la Vida.

Respecto a la vida humana, el Cardenal ha recordado que no pertenece sólo al plano al plano ontológico de la vida física, sino que pertenece también al plano trascendente de la vida espiritual. Así, cuando se habla de vida humana en toda su plenitud entra necesariamente en juego la totalidad de sus dimensiones: físicas y espirituales; naturales y sobrenaturales. Por eso, el mandamiento de respetar, favorecer y propiciar el desarrollo digno de la vida humana se refiere por tanto al valor de la vida en su totalidad. Y la prohibición de matar se dirige primaria y específicamente a evitar la muerte física del hombre.

En la sociedad actual, ha señalado, el derecho a la vida presupuesto lógico y existencial de los demás derechos ha sido el primero que ha caído víctima de ese movimiento de ideas inspirado y movido por la negación del carácter trascendente de la persona humana. Por ello, recordando a Juan Pablo II en la Misa de las familias celebrada en España el 2 de noviembre de 1982, ha dicho que no se puede legitimar la muerte de un inocente, y ha exhortado a hacer resonar en nuestra sociedad el Evangelio de la Vida. Sin él, nuestra cultura carece de futuro: se quedará sin el aliento del alma que hace posible la esperanza.

Vida humana.

Para que una cultura exista y tenga futuro, ha apuntado, es precisa la vida humana. Así, la crisis demográfica por la que atraviesan las sociedades europeas desde hace casi cuatro décadas las ha puesto si no al borde mismo de su total desaparición en un futuro no excesivamente remoto, sí y en un futuro que se aproxima a pasos acelerados, en su calidad de sociedades con una fórmula cultural propia e inconfundible. España, ha afirmado, no es una excepción. Incluso se ha puesto a la cabeza en algunos de los más decisivos factores socio-políticos y jurídicos subyacentes a la crisis.

El bajo índice de natalidad, que no garantiza el relevo generacional, así como el descenso creciente de la nupcialidad provocan una confusión intelectual y ética sin precedentes respecto a la naturaleza del verdadero matrimonio y de la familia y una negación impresionante del derecho a la vida de los más indefensos: de los concebidos -desde el primer momento de su concepción hasta su muerte natural-, de los enfermos terminales y de los ancianos.

Considera que la emigración como solución no resuelve a medio plazo los problemas económico-sociales operantes en y de la crisis, y no despeja a medio o largo plazo el cierto peligro de desaparición de nuestra cultura, que se quedaría sin fuerza física y vigor moral para sostenerse con un mínimun de identidad antropológica frente a otras culturas más jóvenes. Porque nuestra cultura no logrará subsistir en el futuro si renuncia a la vitalidad propia y originaria que garantizan únicamente el matrimonio y la familia de su población.

La apertura moralmente responsable a la vida humana es una condición sine qua non para el futuro de nuestra cultura, afirma.  Y es que,  si la sociedad española en su conjunto perdiese el sentido cristiano del valor de la vida humana y del carácter absoluto del derecho que le protege habría perdido lo más esencial y fundamental de su cultura. Por ello ha concluido insistiendo en que la esperanza de nuestra cultura está en mantener viva y  comprometida la voluntad de seguir cumpliendo y testimoniando el Evangelio de la Vida.

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