La última tontuna patentada por el Zapatismo, que se empieza a mostrar como una especie de Felipismo filantrópico (Dios nos libre de los filántropos y la democracia de los felipistas), nos hace volver a Chesterton, cuando, en una de sus frases geniales, iluminadoras, curiosamente no de las más repetidas, que hiende el corazón de la modernidad, afirmaba: "Hay dos tipos de hombres: los dogmáticos que saben que lo son y los dogmáticos que no saben que lo son".

 

Dice la vicepresidenta del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, que las creencias deben salir del ámbito escolar. Ahora bien, si las tales creencias deben ser expulsadas de los ámbitos universitario, parlamentario, judicial, político, es decir, si las creencias deben salir del foro y recluirse en la estricta privacidad, ¿cómo andaremos por la calle? ¿Pueden ocultarse fe, creencias, convicciones, principios, valores desde el instante mismo en el que, cada mañana, se traspasa la puerta del hogar? Bueno, al parecer, ocultarse sí que puede, pero no está tan claro que se deba.

 

Y aunque se pudiera, ¿no estaríamos entonces ante la mera libertad del pensamiento, esa que nadie nos puede robar, esa que no precisa de Constitución alguna que la respalde dado que la tenemos desde que nacemos, protegida en el inexpugnable fortín de nuestra conciencia? Si no se nos permite expresar nuestra fe en público, ¿para qué diablos sirve, no ya la libertad religiosa, sino cualquier otro tipo de libertad? Es más, si no podemos ejercerla en público, en la calle, en el foro, ¿para qué sirve cualquier tipo de libertad? Las libertades son, por esencia, callejeras. Por eso, las llaman libertades públicas.

 

Ahora bien, expulsar las creencias de las escuelas, tal y como exige, que no solicita, la pensante cabeza de Fernández de la Vega, implica mucho más. Muchas más tontunas, quiero decir. Veamos: el hombre puede ser un genio o un tonto, un sabio o un ignorante, un santo o un canalla, rico o pobre, libre o esclavo, poderoso o pusilánime, generoso o mezquino, pero lo que nunca puede ser, lo que siempre le estará negado, lo que nunca conseguirá, es ser independiente. Allá donde arrastra su cuerpo arrastra con él sus convicciones, sobre todo cuando piensa, y más que nunca cuando se comunica con los demás. Por ejemplo, cuando imparte clases en un colegio, comunicación en estado puro, de boca a oído.

 

Así que, entrando en el campo de la enseñanza, nuestra filósofa de actualidad, que, como creo haber dicho antes, ocupa el cargo de vicepresidenta del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, cabeza pensante del presidente Zapatero, ha vuelto a deslizarse por su vereda favorita: el sofisma. Las creencias fuera de la escuela, brama. Pues, entonces, más vale que la escuela quede fuera del hombre, lo más alejada posible. Podrá el PSOE suprimir la clase de religión o ningunearla, eliminando su carácter evaluativo, pero no podrá desterrar la fe de la escuela. Nadie puede. En la raza humana, la neutralidad no existe, ni en cuestiones de fe ni en ninguna otra cuestión. Todos somos dogmáticos, todos somos religiosos, todos somos filósofos, todos somos científicos y todos somos artistas. Y religiosos, filósofos, científicos y artistas imparten docencia desde una creencia, que bien puede ser el empecinamiento en no creer en nada, una creencia mucho más lastrante y lacerante que cualquier credo religioso. Y si no, ¿desde qué punto de vista va a explicarle un profesor a sus alumnos las guerras carlistas, la colonización de América, la formación de España, la Ilustración, el liberalismo decimonónico, la revolución marxista o la Guerra Civil española? No importa cuál sea la perspectiva elegida, pero siempre habrá perspectiva: el dogma del maestro. Otra vez volvemos a Pascal: la ciencia no tiene ni fe ni patria, pero el científico sí la tiene.

 

Claro que, a lo mejor, lo que quiere decir Fernández de la Vega, ideóloga del Zapatismo, sí, creo que ya lo he dicho, es que una creencia, el Cristianismo, debe situarse fuera de la escuela. Y los hay que sospechamos que eso es, precisamente, lo que quería decir Fernández de la Vega. Pues, dígalo mujer, sin tanto aspavientos.

 

No nos engañemos: la independencia no existe, lo que existe es la coherencia, coherencia con nuestros propios dogmas.

 

Eulogio López