Es un estatuto para una región de España, no para una nación de Europa. Lo dijo el diputado de Ezquerra Republicana de Catalunya (ERC), nada menos, en el debate previo a la aprobación del Estatuto catalán, la tarde del pasado jueves, en el Congreso de los Diputados. Supongo que D. Joan no se da cuenta de lo ofensivas que resultan sus palabras, pronunciadas en el parlamento español, para los aproximadamente 37 millones de españoles, que no dejan de ser alguno más que los 7 millones de catalanes. Es más, estoy seguro de que si los nacionalistas, vascos y catalanes se percataran de las arcadas que producen este tipo de desprecios, y de la animadversión que generan en esos 37 millones de personas, a lo mejor se lo callaban o lo repetían, quién sabe.

Puigcercós es un pobre hombre que sería digno de lástima si no tuviera esa mala leche que parece mamada desde su más tierna infancia. Porque no es una mala leche graciosa, es una mala leche orgullosa, recalcitrante, es la que no se aguanta a sí misma. Este pendejo no en sentido mexicano- no ha tardado ni un minuto en recorrer el camino que a otros nacionalistas les supone meses de esfuerzo por no pensar. Ese camino comienza con el yo soy distinto a ti, y termina en el yo soy superior a ti. No sé por qué una región ha de ser menos que una nación, pero es igual: Puigcercós sí que lo sabe. Por eso, todo nacionalismo acaba, ineludiblemente, en racismo.

Lo más hiriente es que los puigcercosianos en el PNV saben mucho de eso- son verdugos que se empeñan en pasar por víctima. Es un orgullo inconmensurable disfrazado de victimismo. Por algo en el resto del país la crítica más habitual hacia los nacionalistas catalanes (me temo que a estas alturas a todos los catalanes) es ésta: es que nos toman por tontos. El adjetivo prepotente aflora a los labios nacionalistas con formidable ligereza, pero Puigcercós no considera que la consideración de Cataluña como algo superior a Extremadura sea un insulto. Como dicen los argentinos: piensa que no te estoy insultando, sólo informando.

Los nacionalistas catalanes acostumbran a buscarse excusa para su soberbia. Por ejemplo, esa de que la cadena COPE y algunos otros medios, fomentan el odio. No seré yo quien defienda a los energúmenos de esta cadena, pero lo que está claro es que con Puigcercós y compañía se cumple aquello de dime de que acusas y te diré de que adoleces. Frases como la Puigcercós sí que fomentan el odio. O si lo quieren menos melodramático, fomentan un deseo de irreprimible de abofetearle. Lo cual es, pongámoslo por delante, es un deseo que no debe ejecutarse, ahora mismo no me pregunten el porqué.

Pero quede bien claro que España no se va a romper por el Estatuto catalán ni por 200 estatutos catalanes. Políticos y periodistas de la derecha exageran interesadamente el efecto que puede tener. A ver si nos entendemos: un país como España, 15 siglos de historia que la cosa no empezó con los Reyes Católicos, sino con los godos-, en un mundo abierto, es sencillamente imposible de destrozar. Cataluña y el País Vaco no pueden sobrevivir sin Madrid, y cuando Madrid echa el cierre se paraliza toda España. Ahora bien, dentro de ese camino sin salida, y con mucho retorno, los nacionalistas catalanes buscan con el Estatut aprobado el jueves en el Congreso una especie de vía intermedia, muy poco romántica y extraordinariamente mercantil: algo así como lo mío, mío, y lo tuyo de los dos. Es evidente que La Caixa no sería otra cosa que una caja de provincias si no fuera por su expansión por España, tanto financiera como industrial. Ni controlarían Repsol si Repsol fuera una empresa ceñida a Cataluña. Y lo mismo puede decirse de Abertis, Telefónica, etc. Para poseer grandes empresas catalanas es necesario que dejen de ser catalanas. Y son muchos los gestores y políticos catalanes viene a la memoria el nombre de Durán Lleida, pero no sé por qué- que no quieren triunfar en Barcelona, sino en Madrid, porque el otro triunfo es poco triunfo. Por tanto, lo que pretenden es eso : lo mío, mío, no colaboraré con otras regiones, pero los bienes comunes no confundir con el bien común- de los españoles, eso es de los dos. Los nacionalistas se comportan de forma similar a Estados Unidos con el mundo hispano : no os queremos como trabajadores pero sí como compradores; no nos interesáis como compañeros, sólo como clientes; no queremos a vuestra gente, sólo vuestra cuota de mercado. Y a eso le llaman liberalismo.

Y claro ese esquema no agrada ni a los catalanes, sino a los españoles. En el futuro. Habrá que dar marcha atrás, y de forma acelerada. Pero no, no es verdad algo que dice Rajoy: España no se esta rompiendo. El orden constitucional se agrietará un poquito, pero eso siempre se pude retomar. Zapatero considera que ha solucionado un problema, cuando lo que ha hecho es crearlo.

Por tanto, el Estatuto no romperá España. Es imposible. Lo que sí conseguirá será enturbiar las relaciones y la convivencia, pero un árbol tan sentado, tan crecido a lo largo de los siglos, no lo corta ni el insensato de Mr. Bean.

Son otras iniciativas de este genial gobernante que ocupa La Moncloa las que pueden romper España y, sobre todo, a los españoles. Por ejemplo, lo poco que se valora en España la dignidad de la persona, lo poco que vale la vida en la España del siglo XXI. Por ejemplo, la destrucción sistemática de la familia, porque sin la familia no es posible la libertad individual ni el desarrollo de las futuras generaciones. Eso sí puede romper España. Los países se rompen cuando se rompen sus ciudadanos y las personas se rompen cuando no son coherentes con sus principios.

Lo otro, lo del Estatut, no es más que una tontuna pasajera. No nos olvidemos de que al nacionalismo, a todos los nacionalismos, les queda una generación de vida. Luego vendrá la globalización en mi opinión un proceso con muchos más riesgos que el separatismo- donde convivirán unidades supranacionales y localismos. Porque, aunque nos parezca lo contrario, la institución que en el siglo XXI va a entrar en crisis es, precisamente, el Estado-nación. Y cuanto más nacionalista, más crisis.

Eulogio López