E. F. Schumacher (en la imagen) era un emigrante alemán en Reino Unido. Nacido en 1911, en Bonn, este economista, horrorizado por la barbarie nazi, se marchó a Londres, donde se nacionalizó y, muchos años más tardes, se convirtió al catolicismo. Fue una de las claves de la reconversión de sectores emblemáticas en Gran Bretaña, como el carbón. Fue el traductor al lenguaje académico -al economiqués- de las ideas distributistas -tan filosóficas como económicas- de Gilbert K. Chesterton, Hilaire Belloch y compañía.

Quienes quieran conocer los  entresijos del distributismo que lean esa joyita escrita por quien fuera el redactor jefe de GKC, es decir, William Titterton, titulado Chesterton, mi amigo. Y quien quiera conocer la esencia del distributismo, tan enfrentado al socialismo como del capitalismo, que lea el Estado Servil, del historiador y político Belloch, quien nos contó en 2012 lo que ya ha ocurrido en 2014. En efecto, vivimos en el Estado servil.

Pero tuvo que ser Schumacher, el autor de Lo pequeño es hermoso, quien elevara a teoría económica la filosofía de los dos genios precitados. Y, si me lo permiten, Lo pequeño es hermoso es el libro que creó la economía cristiana. ¿Qué es el distributismo Es  la doctrina económica del cristianismo. La traducción económica de la doctrina social de la Iglesia en economía.

Schumacher aseguraba que en "Occidente, los economistas consideran al trabajo como poco más que un mal necesario". Para él, tres eran los culpables de la negativa del hombre moderno a aceptar y reconocer la responsabilidad individual: Freud, Marx y Einstein. En este último caso, lo reconozco, no por su culpa, sino porque el físico no consiguió convencernos a pesar de su insistencia, de que la egregia teoría de la relatividad nada tenía que ver con la tontuna del relativismo.

Pero al final, nos queda su aforismo: lo pequeño es hermoso porque, como aseguraba el maestro GKC, "lo grande es ingobernable".

Traducido a la España de ahora mismo: Lo público no es lo bueno. La propiedad pública no es la propiedad de todos, sino la propiedad que utiliza los gobiernos a su antojo. El mercado, sobre todo, los mercados financieros, son propiedad fiduciaria: es decir, que el propietario no manda nada, mandan los intermediarios financieros. La propiedad privada en la que realmente manda el propietario es la propiedad privada pequeña: tu propia casa, tu propio comercio, tu propio taller, tu propia, tu propia explotación agraria. Y a este pequeño propietario es al que debe ayudar la política fiscal. La doctrina social de la Iglesia no quiere proletarios, quiere propietarios. Sólo que, como siempre habrá proletarios, exige un salario justo para ellos. El salario justo es el que permite atender a la familia. Por eso es tan importante el salario mínimo digno.

Por las mismas, dicen los distributistas, el dilema no radica entre lo público y lo privado, como dicen socialistas y capitalistas, sino entre lo pequeño y lo grande, sea privado o público

Deberíamos regalarle un ejemplar de Lequeño es hermoso a Mariano Rajoy, capitalista estatista y partidario de los mercados financieros. Así sabría más de distributismo -una especie de liberalismo cristiano- y volvería a defender la PPP, propiedad privada pequeña, que es justamente lo que no hace.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com