Hay películas que agotan su historia en el arranque. Es decir, a los 20 minutos de comenzar. Eso ocurre con Reencarnación (Birth).

  

La narración comienza en el Central Park de Nueva York donde Sean, un joven ejecutivo,  muere repentinamente mientras hace deporte. Diez años más tarde, la viuda del joven fallecido, que está a punto de casarse, recibe la inesperada visita de un niño que afirma ser su esposo reencarnado. La atmósfera y la tensión que el director sabe transmitir en esos primeros minutos de metraje se desvanece cuando el espectador se da cuenta de que no sabe como proseguir la historia. A partir de aquí, el desarrollo de Birth empieza a desbarrar, se orienta hacia el lado morboso (atención al baño del niño con la Kidman o el beso en la boca entre ambos) pero la película no llega a provocar escándalo porque todo lo que vemos en pantalla de puro absurdo resulta ridículo.

 

Que la historia no la salva ni un reparto de campanillas (además de Nicole Kidman aparece la veterana Lauren Bacall) se demuestra en que la película ha permanecido en el congelador de los estudios cerca un año. Sinceramente, la podían haber dejado allí.