Para encontrar las mejores razones en favor de la vida hay que salir a su encuentro en los quirófanos, en las farmacias, en la entrada de un chiringuito abortista o en la sala de estar de un hogar, que afronta un embarazo inesperado.

 

Una madre que abortó, Esperanza Puente, afirma que: tenía 25 años y el padre de la criatura desapareció de mi vida cuando le comuniqué la noticia. Me sentía abandonada, tenía miedo al desprecio de la gente, y tomé una decisión; abortar. Fui a una clínica donde sabía que no iba a tener problemas. Pagué por adelantado y me senté en la sala de espera. Nadie hablaba. Me hicieron una ecografía. Hablé con el psicólogo, firmé los papeles que me pusieron delante y me dejé llevar. Cuando abrí los ojos vi que se habían dejado en la sala los restos de mi hijo. Es una imagen que se me quedó grabada para siempre. Cuando abortas, el dolor te deja una sensación de vacío. Entran al quirófano dos personas y sólo sale una. Han pasado 19 años desde que yo aborté y todavía lloro por aquel hijo.

Una madre y su hijo con el síndrome Down, Anna Aromi, asevera que: nuestra vida cambió desde el día en que el ginecólogo nos comentó que Alex, el hijo que esperábamos, podría tener el síndrome de Down. Fue un choque seguido de una sensación de incertidumbre; no sabíamos que podía pasar, cómo sería el futuro. Y llegó el nacimiento. Alex ha llenado de felicidad nuestras vidas desde el primer momento. Nos ha enseñado muchas cosas, es una persona muy especial. Lo principal que nos ha enseñado es a ser mejores personas, a ver la vida como nunca antes habíamos imaginado. Como madre, creo que no tengo ningún derecho de privar a mi hijo de vivir su vida. Tengo que darle la oportunidad de que tenga una vida plena y feliz, con limitaciones, sí, ¿pero quién no las tiene?.

Clemente Ferrer

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