Gallardón, Aguirre, Piqué, De Palacio, Trillo y Montoro no tendrán peso en el Partido Popular de Rajoy. El XV Congreso se ha saldado sin crisis y sin renovación. No es que a los empresarios les guste el PSOE, pero saben que tendrán que convivir con Zapatero mucho tiempo

Se emplea el término Vicepresidencia en sentido figurado, en sentido empresarial. Se atribuye al desaparecido ex presidente del BBV, Pedro Toledo, la interpretación de las Vicepresidencias como una patada hacia arriba. Siendo consejero delegado del Banco de Vizcaya, el Consejo de Administración decidió elevar a Pedro Toledo a la Vicepresidencia. Su comentario fue este: Me han degradado, me han hecho vicepresidente.

Y es que el cargo de vicepresidente resulta, ciertamente, sospechoso. Mucho oropel y escaso poder. Mariano Rajoy ha continuado la política de José María Aznar: ha preferido nombrar vicepresidentes (o similares) a todos los que podían hacerle sombra. En otras palabras, dentro del nuevo equipo de control del Partido Popular se han quedado fuera todos los posibles relevos de Rajoy, por si las cosas vienen mal dadas, por ejemplo en el próximo ciclo electoral. Así, gente como Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre, Mayor Oreja, Loyola de Palacio, Cristóbal Montoro, Juan José Lucas o Federico Trillo se han quedado de vicepresidentes. Algunos se les ha buscado acomodo en unas supuestas Comisiones de papel difuso, a otros se les priva de aquellos puestos con mayor proyección pública (es decir, a aquellos a los que se les coloca una cámara de televisión delante con mayor asiduidad).

En definitiva, Rajoy ha optado por el sistema de las Vicepresidencias para asegurar su poder. No ha clarificado el mensaje del Partido Popular, tremendamente tibio, pero gracias a esa tibieza ha conseguido mantener la unidad y retrasar cualquier tipo de definición ideológica. Como alguien ha sentenciado, estamos en el re-centrismo. Con esos mimbres, el 98,3% de los delegados apoyaron a Rajoy  y a su nuevo equipo, que más bien tiene poco de nuevo. No hay crisis en el Partido Popular: ese es el problema, que no hay crisis, pero tampoco renovación ideológica, ni tan siquiera personal. Más bien hay una reducción a la mínima expresión de los personajes clave que tomarán decisiones. Puede decirse que se reducen a uno sol Mariano Rajoy. Ahora sí que ha nacido el Marianismo.

La reacción del mundo empresarial no ha sido sino más de lo mism hay PSOE para mucho tiempo. Hay Zapatero para rato en España y hay Pascual Maragall para más rato en Cataluña. La derecha económica ha perdido la confianza en la derecha política, tanto popular como convergente. En el diario Cinco Días (edición del lunes 4), el nuevo responsable de Economía del Partido Popular, Miguel Arias Cañete, sentenciaba: No creo que (el mundo económico) haya cambiado de bando, sino que se ha adaptado al medio, que es lo que hacen los empresarios en todas las circunstancias. Un comentario cínico, pero certero. No es que a los empresarios les guste el PSOE, pero saben que tendrán que convivir con él mucho tiempo.

Rajoy advirtió en su primer discurso que no quiere genialidades ni volteretas de titiritero, algo que recuerda la famosa frase de Luis Valls, presidente del Banco Popular, cuando afirmaba que este negocio (la banca) no soporta gente brillante. Pero lo cierto es que en la patronal CEOE se comentaba en la mañana del lunes 4, resaca del Congreso, que a lo mejor lo que el PP necesitaba era precisamente es una genialidad, por muy atrabiliaria que resulte.

Por lo demás, la decisión del PP no ha merecido ni el menor comentario por parte de los líderes sindicales, ni en UGT, con un Cándido Méndez convertido en el principal apoyo social y económico del presidente Zapatero, ni en Comisiones Obreras, donde José María Hidalgo mantiene un perfil más independiente.