Como los malos estudiantes, los líderes mundiales (ocho más añadidos), reunidos en Francia, sólo quieren hablar de aquello donde han conseguido el aprobado ramplón o, al menos, lo que pueden vender como tal: la transición a la democracia de algunas autocracias árabes.

Hablan de un Plan Marshall que no concretan, porque son de lo más rácano, pero conviene que quede clara su disposición a la generosidad.

Los ocho del G-8, especialmente Obama, Cameron y Sarkozy, venden como éxito propio las caídas de las dictaduras de Egipto y Túnez, aunque tiemblan ante la posibilidad de que se desestabilice la dictadura marroquí. De hecho, bombardean a Gadafi pero prometen todo su apoyo a Mohamed VI -lo tenéis claro, saharauis-, e incluso animan al Rey de España a viajar -a título personal- al país alauita para comunicar al tirano marroquí que Occidente está dispuesto a defenderle mientras sirva de muro de contención al fundamentalismo.

En cualquier caso, lo peor es que Obama y sus aliados europeos se han lanzado a la primavera árabe sin tener previsto el recambio. Parafraseando a Esperanza Aguirre, es cierto que sin elecciones no hay democracia, pero no lo es menos que la democracia no consiste sólo en elecciones libres, en el imperio de la mayoría, sino en el respeto debido a las minorías y, en particular, en el respeto a los derechos humanos. Pues no parece… Los ataques a los cristianos en Egipto tras la caída de Mubarak se han multiplicado.

Además, ¿puede Occidente bombardear a Libia, Siria, Yemen, Bahrein y, no digamos nada, a Irán o a Arabia Saudí, ésta ultima tiranía, muy defendida por las armas de Occidente? No parece. El G-8 bastante tiene con intentar que Pakistán, potencia nuclear, no se pase al fundamentalismo islámico terrorista.

El mundo islámico no necesita ayuda económica. Sus reservas de petróleo le convierten en los países más ricos del mundo. Ocurre que la asfixia de libertades del mundo islámico imposibilita cualquier mejora, no ya de la calidad de vida, sino de la vida. Los musulmanes padecen hambre e ignorancia porque tanto sus gobernantes como su credo religioso les fuerzan o les impelen a ello.

Además, parece como si el G-8 no buscara la democracia en el mundo islámico sino la división interna del mismo y ampliar su base de aliados en la zona para evitar más 11-S y 11-M. Debiera saber que dividir no significa siempre vencer. Lo que precisa el mundo árabe es libertad, sobre todo libertad religiosa, que es la clave de la transformación del mundo en el siglo XXI.

Quizás sea debido a que el G-8 no cuenta con líderes cristianos, sólo con líderes occidentales, que debiera ser una misma pero que, en el siglo XXI, no lo es.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com