Estos del homeschooling, es decir, los padres que educan a sus hijos en casa, son los penúltimos románticos.

Digo penúltimos porque mientras haya cristianos habrá románticos. Pero hay que tener agallas para prescindir del colegio y educar directamente a sus hijos. Son los últimos mohicanos que hacen realidad el tercer principio no negociable de Benedicto XVI porque, no nos engañemos, el colegio, aún en el hipotético caso de que se aplicara el cheque escolar y que se respete el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, siempre será un mal menor. El romanticismo consiste precisamente en eso: en aspirar a rechazar el mal menor y aspirar a todo el bien posible, cuanto más, mejor.

Pero María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional aprovecha para seguir practicando el deporte del progresismo liberticida. Su fallo, aprobado por unanimidad por sus colegas, es decir, bendecido por el PSOE y por el PP, demuestra lo que Chesterton aseguraba hace más de 100 años y que, lo confieso, mohíno, yo mismo consideré una exageración: que la educación obligatoria no supone un avance sino un sonoro retroceso, un retroceso en materia de libertades. Supone, nada menos, que dejar en manos del poder, la formación de las nuevas generaciones. Dicen que los medios manipulan pero el colegio puede manipular mucho más.

En cualquier caso, alguien que sabe mucho más que yo, analiza el peligroso fallo del muy alto tribunal. Se trata del abogado Jorge Sánchez-Tarazaga, quien nos explica el fallo como no lo leerán ustedes en ningún periódico. Entre otras cosas, porque el poder no sólo impone ideas y sanciones: impone un lenguaje que el tiempo acaba por identificar como el metalenguaje de la tiranía. Pasen y lean:

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com