Según una versión cada día más extendida entre la clase empresarial (repito, la empresarial, no ningún intérprete del Apocalipsis), en España manda la francmasonería de Jacques Chirac y Giscard DEstaing, a quien Zapatero, como buen subordinado de la logia, debe obediencia.

Insisto, escucho esa versión de boca, no de unas pías señoras, ni de asociaciones culturales esotéricas, ni de ningún tipo raro, sino de ejecutivos bancarios y de empresa (el último un consejero de Telefónica). Pude que sea mentira, pero si no es verdad es verosímil porque las respuestas más radicales son hijas de la impotencia de la impotencia que se siente al no poder explicar lo inexplicable.

Por ejemplo, el Financial Times del jueves 28 publica unas declaraciones de Didier Lombard, presidente de France Telecom, empresa que acaba de comprar la empresa española AMENA, consiguiendo así una cuota de mercado que France Telecom, propiedad del Estado francés, le niega a Telefónica en el país vecino. Sin despeinarse, y con un rostro franco-pétreo, Lombard felicita al Gobierno español por su actitud anticolbertista (Jean-Baptiste Colbert, supervisor general de finanzas de Luis XIV, máximo propugnador de la intervención del Estado en la vida económica y empresarial).

¿No es genial? El presidente de una compañía pública, ineficiente, salvada por el Estado con el dinero de todos los ciudadanos, que vive en un régimen de práctico monopolio, en una Estado sin liberalizar felicita al Gobierno español por haber sido lo suficientemente imbécil como para meter a la zorra en el gallinero sin obtener nada a cambio, sin pronunciar tan siquiera la palabra reciprocidad.

Mientras, el primer ministro galo, Dominique de Villepin, anuncia un plan de defensa de la empresa francesa, igualito que Colbert. Y es que esto del liberalismo es un chollo, especialmente si lo practican los demás. Es el llamado liberalismo asimétrico.

A ver si nos entendemos: poseer grandes empresas no es una cuestión de orgullo patriótico. Es, sencillamente, saber que las decisiones de inversión, por tanto de creación de puestos de trabajo, se toman en Madrid, no en París. Porque, naturalmente, los consejeros en Francia sufren la presión de los sindicatos y de la sociedad franceses, mientras en Madrid temen más a los sindicatos y a la sociedad españoles. Y lo miso puede decirse de toda la industria proveedora, del I D, etc. Recuerden, además, el insulto que supone que France Telecom siga viva gracias a una inyección de 9.000 millones de euros del Estado francés, seis veces más que los 1.500 millones de subvenciones que, siendo generosos, recibió Astilleros españoles del erario público para sobrevivir, y que supusieron el cierre de Astilleros tras la denuncia de Bruselas, la pérdida de más de 4.000 puestos de trabajo directo (y lo que te rondaré, morena) por no hablar de la condena de unas cinco zonas del páramo industrial.

Lo más gracioso es que en España nunca pasa nada. Calla el Partido Popular ante la barrabasada, por la sencilla razón de que ha sido Emilio Botín (un hombre que no sabría distinguir entre izquierda y derecha políticas, pero que sabe mucho de las diferencias entre democracia plutocracia) quien se ha lucrado o, porque, simplemente, el PP participa de esa España alicaída, sin fuerzas para protestar, tan aburrida como fatalista.

No puedo probar que Zapatero sea francmasón, pero, si no lo es, se comporta como si lo fuera. Y, en cualquier caso, no encuentro otra explicación a la estúpida política industrial del Gobierno generalmente en beneficio del gabacho.

Ya se sabe que la obediencia masónica es ineludible. A lo mejor mañana nos piden que le vendamos ENDESA a EDF

Eulogio López