Mantengo con el responsable de Opinión de Hispanidad.com, el historiador Javier Paredes, un dilema perpetuo : en la batalla cultural, ¿qué es más importante, los ataques del enemigo o las deserciones de los nuestros? El señor Paredes afirma que las deserciones resultan mucho más nocivas que el ingente número de adversarios. Yo no sé que pensar. A veces le doy la razón, porque varios lustros en el periodismo me han convencido de que el enemigo realmente peligroso no es el que amenaza ahí delante, sino el que conspira justo detrás. En otras ocasiones concluyo lo contrario, y me da por pensar que en determinadas batallas hay que ser muy, pero que muy tonto, para permanecer en un Ejército que, aparentemente, tiene todas las trazas de ir a sufrir la más estrepitosa de las derrotas. En definitiva, cuando se trata de la batalla cultural, la batalla de lo que ahora ha dado en llamarse valores, ningún aforismo mejor que el archiconocido : Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros.

Ejemplo : la batalla por la vida del no nacido Vean la nota de Europa Press sobre el jesuita Juan Masiá, otro que confunde la gimnasia con la magnesia, razón por la que remite al Vaticano II que es la reunión más socorrida de todo el siglo XX, conferencia de Yalta incluida. Un cura publicando en una editorial católica que los anticonceptivos o el DIU son cosa excelente, siempre que se utilicen responsablemente, que los seres humanos pequeñitos, sobrantes de la fecundación in vitro deben ser utilizados, responsablemente, para investigación, o que, con gran responsabilidad ,todo el mundo debe usar el condoncillo para evitar abortos, resulta más peligrosa que todos los Polanco boys jugando a ser comos dioses de la mano de prestigiosos científicos (PCs) absolutamente degenerados. Mucho más, no lo duden. Es como una quinta columna que corroe la moral de la tropas y que, sobre todo, confunde a quienes se encuentran en primea línea de fuego.

Así que, de entrada, diremos que todo lo que dice nuestro querido jesuita es una sarta de chorradas enormes que atentan contra el Magisterio de la Iglesia de forma directa y frontal, se concrete dicho magisterio en los primeros padres o en los últimos papas, en el Vaticano II o en el de Trento que, por cierto, dicen exactamente lo mismo.

Veamos, la Iglesia se opone a la contracepción por dos razones: le gustan las personas, le encanta que nazcan hijos de Dios llamados a la eternidad, y, segunda razón, no le gusta el homicidio. Homicidio es todo aquello que mata a una persona con identidad genética de persona, algo que logra en la concepción. Por eso, y no por ninguna otra cosa, la Iglesia no dice más que lo que dice la ciencia, que es que donde hay genoma humano diferenciado del padre y la madre, hay un ser humano. Y así, el aborto, la anticoncepción (al menos todos los anticonceptivos que existen ahora en el mercado), las píldoras abortivas, la de píldora del Día Después, los dispositivos intrauterinos, etc., son abortivos o pueden ser abortivos. ¿Verdad que es muy sencillo?

Ahora bien, el preservativo no es abortivo, no mata a nadie. Entones, ¿por qué la Iglesia se opone? Por la primera razón: la Iglesia cree en la vida, le gusta que nazca gente, por otra parte, considera que las relaciones sexuales nos son una frivolidad. La Iglesia recoge la viejísima doctrina, una corriente nacida mucho antes que el cristianismo, que recorre todas las culturas todas las civilizaciones por algo será- según la cual, entre un hombre y una mujer que yacen juntos se establece una relación tan intima, tan profunda, que debe ser eternamente disfrutada o eternamente soportada, que debe estar abierta al don de la vida como le gustaba decir a Juan Pablo II el Magno. Y es que estamos hablando del gran compromiso : el sexo no es más que la donación de uno mismo. Pero esta idea, insisto, nació mucho antes que la Iglesia Católica. Como ocurre con Aristóteles, lo único que ha hecho el cristianismo es aceptar, y adaptar algo anterior, ya instituido y aceptado por las más diversas culturas, creencias o increencias.

Para mí que el profesor Paredes va a tener razón: el peor enemigo es el de casa. Al menos es el que da disgustos. La pregunta es: ¿Tiene superiores el jesuita Masiá? ¿Y la editorial Sal Terrae? ¿Por qué tiene que recordar la evidencia un periodista económico de mala muerte como yo?

Eulogio López