Sr. Director:
Cada día se pone más en evidencia que el único argumento que pueden esgrimir los defensores del aborto y de su amparo legal es el desnudo querer sin apoyo alguno en la razón, el de "porque nos da la gana". Todo lo más cobijados bajo los efectos mágicos de una palabra talismán: es lo moderno.

Algo nos advertía de la malicia consciente, el uso manipulador del lenguaje desde el primer momento. Los eufemismos con que se designaron las muertes directamente provocadas de los niños engendrados pero truncados en el proceso de su gestación, dejan a las claras la intención de engañar a los ciudadanos.

¿Puede existir una expresión más cínica que la de hablar de "interrupción del embarazo" para referirse al hecho de quitar la vida a un ser humano agresivamente y además indefenso? Ni siquiera considerarlo un ejemplo extremo de sarcasmo suaviza la tremenda escena de esos niños descuartizados y menos aún libra de responsabilidades morales a quienes miran a otro lado, o consideran que eso no va con ellos, ni personalmente lo vamos a practicar. Es una acción tan de lesa humanidad que nos salpica hasta a los que manifestamos públicamente nuestro rechazo.

Yo no voy a hablar desde la ciencia. Pero si algo nos ha quedado claro a los que no somos expertos es que desde el instante de la concepción un nuevo ser humano distinto de la madre y del padre ha entrado en la historia, llevando inscritos en sus genes su identidad y su peculiaridad. Sólo un ignorante se atrevería a hablar a estas alturas de "preembrión" para designar los primeros momentos de la gestación. Como los ya nacidos, todo va a ser cuestión de tiempo.

Tampoco quiero agarrarme al argumento moral presente en el principio universal de la ley natural "no matarás" defendido por tantos hombres y mujeres de buena voluntad, y sin ambages por la Iglesia Católica, a la que me honro en pertenecer.

No es verdad que lo que pretendemos los "no abortistas" es que las leyes castiguen a la mujer. Es admirable la diversidad de instituciones que están surgiendo para atender a la mujer tanto si ha abortado, como a la que afronta su dura situación y saca adelante a su bebé. Nos duele el desgarrón afectivo de la madre y la muerte de un niño, así como nos alegramos de aquellas mujeres heroicas que afrontan y sacan adelante su maternidad no deseada; pero mucho más cuando la sociedad toma conciencia y se abre en atenciones para sacar adelante el duro camino de su decisión. De unas y de otras.

Sí que debo aportar dos reflexiones personales.

La primera tiene que ver con el horror que, con razón, nos despierta el terrorismo, venga de donde venga. Pero la razón de nuestra condena no puede basarse exclusivamente en el amparo de una ley positiva, entre otras cosas porque las leyes cambian y triste sería que lo bueno o lo malo de hoy pueda ser mañana valorado al revés.

Siempre me pareció lamentable el refrán "El muerto al hoyo y el vivo al bollo". ¿Es un fundamento serio que en el mismo sistema legislativo de una nación pueda perseguirse la violencia criminal en unos casos y pueda ampararse la violencia contra el no nacido, como dos fenómenos que nada tienen en común? ¿Quién señala el límite a tan endeble principio? ¿Desde cuando lo útil es el fundamento más sólido de lo bueno?

Siempre me ha estremecido la sentencia evangélica de que quien a hierro mata, a hierro muere. Elegir el camino de matar como solución a nuestras dificultades nos debiera advertir cuando menos de un descenso a edades ajenas a la razón, pongámosle la etapa histórica que nos plazca.

La segunda reflexión tiene que ver con mi condición de profesor. Cuando me inicié en la docencia la asignatura pendiente era la educación sexual. Se enseñó con profusión todo lo que se podía saber, todo. Han pasado casi cuarenta años y el lamento sigue siendo el mismo. ¿Qué pasa con nuestras adolescentes? ¿Qué pasa con nuestras jóvenes?

¿Nos hemos preguntado por el modelo de ser humano, si es que lo tenemos, que orienta la educación de la juventud, escolar y extraescolar, en el aula y en la calle? ¿Hasta cuándo tendremos que esperar para descubrir que el modelo elegido no sirve, que está destrozando a grandes sectores de nuestros adolescentes y jóvenes, en las relaciones amorosas o en el botellón, por sólo citar lo evidente?

El aborto clama a voz en grito el fracaso de la educación, pero sobre todo la desesperanza de un Estado que considera que no hay otro camino para poner remedio a los males que el de poder matar. Yo no quiero participar en esta mascarada.

Santiago Arellano Hernández es catedrático jubilado de instituto, ex-director general de educación y miembro del foro desarrollo y progreso

Pilar Pérez

http://www.fdpnavarra.com/