Es sabido que el asesor del Partido Popular, José Luis Arriola, representa un instrumento riguroso para la estrategia política. Lo único que hace falta es hacer lo contrario de lo que dice: no falla. Arriola fue uno de los que convenció a Aznar allá por el año 2000, de que el voto católico no existe.

Aznar le dio la razón, y desde entonces dejó de hablar de esas repugnantes cuestiones morales y se dedicó a actividades viriles: por ejemplo, a apoyar a George Bush en su monumental error y tremendo horror de la Guerra de Iraq. Desde entones, créanme, el PP se ha convertido en le principal adversario del cristianismo en el foro público.

Y sin embargo, a contracorriente del arrioliano principio, muchos católicos buscan un cobijo en el Partido Popular, que a mí siempre me aparecido un cobijo sin techo. De ahí ese empeño de personajes, asociaciones e instituciones de acercarse al partido que hoy preside Mariano Rajoy, no se sabe si para protegerse del chaparrón o para buscar conexiones dentro del sistema, que ya se sabe que fuera hace mucho frío.

Sinceramente: hace frío pero se respira mejor. Ejemplo : el matrimonio homosexual. Hasta en partidos extraparlamentarios de principios firmes hay dudas al respecto. Como se sabe, respecto al homomonio, la postura del PP es la de la veja frase: estar un poquito embarazado o ser un poquito maricón. El PP, esclavo de su pasado como hacedor de leyes sobre parejas de hecho, mariposea en el entorno del equilibrio imposible. Estamos en contra del gaymonio, pero hay que darle una salida al tema de las parejas del mismo sexo (está claro que, en materia de homosexualidad, no hay que dar salidas, sino prohibir entradas). Es decir, que el asunto pasaría a ser una cuestión semántica. Como ya ha escrito otras veces en estas pantallas, las cuestiones semánticas apenas son cuestiones dignas de discusión: se acude al Diccionario y hemos terminado. Por otra parte, es el PP, no el PSOE, quien incurre en contradicción flagrante cuando afirma que uniones civiles sí pero adopción de niños por homosexuales no : si admitimos que dos personas del mismo sexo forman una pareja reconocida por el Estado, sea bajo el nombre que sea, tendremos que aceptar la adopción, dado que el fin principal especialmente el fin social- del matrimonio o de la cohabitación es la educación de los hijos.

Y naturalmente, como se trata de una mariconada semántica, olvida el PP y todos aquellos que están deseando aproximarse al PP, que el problema no es el homomonio, sino la homosexualidad en sí misma, en su totalidad manifiesta, que dirá el genial, y sectario, Forges (cada vez más sectario y menos genial). Y la homosexualidad no es aceptable por dos cosas:

1. En primer lugar, porque ni es amor ni es sexo. La homosexualidad consiste en la gran cochinada de introducir el pene en el recto y sacarlo lleno de caquita. Construir toda una revolución normativa sobre tamaña guarrada resultaría cómico si no fuera trágico.

2. En segundo lugar, la homosexualidad es odio a la vida, a la participación en el poder creador de Dios. Y la prueba es que si todos nos hiciéramos homosexuales, la raza humana desaparecería sobre la faz de la tierra. La homosexualidad es la ausencia de todo compromiso con la raza y con la vida. Es, en suma, mucho peor que una patología, es una aberración.

Por lo tanto, los corrimientos semánticos, las matizaciones brillantes y las sutilezas políticas pintan aquí lo mismo que unos pololos en un campo de batalla. De Zapatero sabemos lo que podemos esperar: es un insensato resentido. Pero quizás no sepamos lo que podamos esperar del centro reformismo. Por de pronto, primero hay que entender lo que dicen y lo que quieren. Y no es fácil. No estoy seguro que ellos lo sepan.

Por lo demás, no se preocupen. La verdadera cara del Partido Popular la verán el día en que su gay de cámara, d. Javier Gómez, perpetre homomonio con su pareja (por cierto, ¿habrán vivido la castidad hasta el momento presente? Seguramente sí, dado que dos varones no pueden hacer otra cosa que vivir la castidad perfecta) con el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, como oficiante. Ahí estará la respuesta a todos los interrogantes: o da marcha atrás o, si continúa empeñado en tan cochina parodia, es evidente que a Mariano Rajoy sólo le quedaría la salida de expulsarle del partido.

Incluso D. Mariano debería hacerlo, aunque sabe que Gallardón lo desea vivamente: es la excusa ideal para llevar a cabo su proyecto de crear un partido bisagra. Gallardón lleva muco tiempo convencido de que no podrá ser Presidente del Gobierno a través del Partido Popular, por lo que se hace necesario buscar una salida. Y sabe también que a los votantes, de cualquier signo, no les gustan las termitas, los conspiradores ni los traidores. Por eso necesita un cataclismo para presentar como algo honorable su abandono del Partido Popular: ningún cataclismo mejor que la expulsión.

El propio Javier Gómez, el contrayente, afirma (El Mundo, lunes 10) que le vienen tentaciones de abandonar el PP, porque creo que lo que hay que hacer es trabajar desde dentro. ¡Cuánta razón tiene D. Javier: si se trata de destruir, el cisma siempre ha sido mucho más eficaz que la apostasía!

Eulogio López